Fanatismo ideológico / Jaime Guevara Sánchez
Con frecuencia nos lamentamos de las vicisitudes que tenemos que enfrentar en los distintos momentos que rodean nuestra existencia. Las comparamos con otras anteriores y seguimos la costumbre de ponerles etiquetas como mejores o peores, felices o desventuradas, tranquilas o turbulentas.
Estamos equivocados. Las épocas son fragmentos de eso que llamamos tiempo, y el tiempo es un ente inanimado y vacío al que nosotros damos vida y significado con nuestras palabras, hechos y actitudes.
El escritor argentino Jorge Deloy tiene un cuento en el que una persona que ha tenido noticia de la existencia de un lugar donde la felicidad es factible, lo deja todo por marcharse a esa quimera. El camino –su propia vida- lo encuentra lleno de obstáculos cada vez más difíciles y a veces, aparentemente insuperables. Finalmente, al llegar a lo que había cifrado como la culminación de todos sus anhelos, descubre un gigantesco muro frío y húmedo que rodea la ciudad de sus sueños, sin puerta de entrada alguna e imposible de salvarlo.
La historia de Deloy trata de decirnos que los problemas no existen por sí mismos, los generamos nosotros.
Desde hace años, por distintas causas, los pueblos viven -vivimos- desilusionados, frustrados y hasta, en no pocos casos, comprensiblemente desesperados por las consecuencias que se derivan de los hechos de aquellos por quienes votamos cada cuatro años.
Sin embargo, parece que no somos conscientes de que el gobierno es una extensión de nosotros mismos. Los mandatarios de nuestra “democracia” no son un agente extraño y ajeno a nosotros. Salen de nuestros barrios, compramos en el mismo mercado. No pocas veces hemos estudiado codo a codo con ellos en la misma aula y finalmente les otorgamos nuestro voto libremente.
El escenario descrito no le resta legitimidad a la democracia, sin embargo sería pecar de utópico pensar que el uso que se haga de esa legitimidad sea el verdaderamente esperado, mientras escasea el conocimiento y abunda el fanatismo ideológico que aspira a imponer un modo de vida al margen de los verdaderos intereses de la comunidad. (O)