Una auténtica revolución constitucional ha ocurrido en Francia con el reciente reconocimiento del derecho del aborto como derecho constitucional. Es el primero y único país en el mundo que lo ha hecho. Más del 90% de los legisladores aprobó el cambio constitucional. Sólo una minoría se pronunció en contra de la creación de ese derecho. Es un acto de audacia constitucional que pronto se convertirá en ejemplo de otros constituyentes. El Papa ha sido el más consistente en criticar el reconocimiento del derecho a asesinar a otro ser humano, el nascituro, esto es, el que está en el vientre a la espera de salir al mundo. Para Francisco, lo que han hecho los constituyentes franceses no es otra cosa que la consagración del derecho a matar. Y no le falta razón en sus argumentos.Ni siquiera Estados Unidos llegó a ese extremo con la sentencia Roe v Wade, recientemente cuestionada por el propio Tribunal Supremo, Con el último fallo del más alto tribunal de justicia, varios estados han reformado sus constituciones para prohibir el aborto, es decir, para adoptar medidas completamente contrarias a la que ha aprobado Francia. Dos revoluciones están en la raíz de la transformación constitucional, entre los siglos XVIII y XIX, la americana y la francesa, cada una con su propia lógica. En el siglo XXI nuevamente aparecen grandes diferencias entre franceses y estadounidenses. En el Ecuador, al igual que en otros países europeos y latinoamericanos, la Constitución consagra el derecho a la vida del nascituro. La legislación secundaria penal lo que ha hecho es despenalizar, en ciertos casos, el aborto, como una excepción. La creación de derechos constitucionales es una práctica que va en contra de la existencia de los derechos esenciales de una persona por el hecho de ser un ser humano. El derecho a la vida es uno de estos derechos esenciales. No resulta fácil de digerir que, en forma paralela, se cree un derecho a matar a otro, el nascituro. Habrá que esperar que el cambio constitucional francés no se convierta en un mal ejemplo para triturar el derecho a vivir del nascituro. (O)