Hipersensibilidad / Mario Fernando Barona
La semana pasada el entrevistador Andrés Carrión le preguntó a Neisi Dájomes, medallista olímpica, si sabía cocinar y si le gustaba lavar platos. De inmediato las redes se incendiaron con insultos y vejámenes de todo tipo para el periodista por tan ‘sexistas’ preguntas lanzadas a la gloria del deporte ecuatoriano.
Para empezar, siempre resultará estimulante -y aleccionador en muchos casos-, conocer el lado humano de los grandes personajes, saber qué hacen en el día a día, cuál es su rutina, enterarnos si prefieren esto o aquello, esos detalles nos acercan a la persona, y nos guste o no, no hay otra forma de averiguarlo sino preguntando.
Por eso, consultarle a una medallista olímpica si le gusta lavar platos, planchar, cocinar o si tiene enamorado es efectivamente machista, irrespetuoso y ofensivo si el análisis nace de esa hipersensibilidad sexista, si no, es simplemente lo que es, una pregunta más en el contexto de una amplia entrevista sin intención de herir o discriminar. ¿Que por qué esas mismas preguntas no se las hacen a los hombres? Carrión se las hizo tiempo atrás a un hombre, y ahí nadie protestó.
Cabe anotar, sin embargo, que una mujer inteligente y sin complejos como Neisi, ni se incomodó ni se ofendió con esas preguntas, por una sencilla razón: habría sido un sinsentido que la mujer que rompió todo estereotipo machista con el oro olímpico en halterofilia lo haga.
Más bien, la hipersensibilidad justificada, la que sí debería despertar con furia y fervor la indignación de todos sin excepción anda un tanto apagada, tal vez porque estamos más preocupados por nimiedades que por lo que verdaderamente vale la pena y nos une por sobre el sexo. Como el dolor inenarrable, indescriptible, inimaginable que deben haber sentido las madres afganas que se vieron obligadas a entregar a través de un muro a sus tiernos hijos a militares americanos para que se los lleven y no tengan que vivir su tormento; o la pudrición de valores en la política al ver que una asambleísta propone robar bien para no ser descubiertos; a la presidenta de esa misma asamblea sobarse las manos por lujos innecesarios y eliminación de glosas; o, a su vicepresidenta gestionando y cobrando por cargos públicos. ¿Por qué en estos casos -que de verdad justifican- no somos igual de hipersensibles como con el sexismo?
Más allá de todo, el problema mayor se da cuando ese tipo de personajes ‘hipersensibles’ llegan a gobernar un país. Con valores trastocados y sus emociones desbordando por tonterías, será imposible que lideren con sabiduría, prudencia y madurez, que es precisamente lo que nos ocurrió con uno de aquellos resentidos sociales, hoy prófugo de la justicia. (O)