HOLMES Y WATSON / Mario Fernando Barona

Columnistas, Opinión

El famoso detective Sherlock Holmes, creado en 1887 por el escritor británico Arthur Conan Doyle, es un personaje que destaca por su inteligencia, su hábil uso de la observación y un fino razonamiento deductivo para resolver casos difíciles. Junto al Dr. Watson, su fiel compañero y asistente, hacen una extraordinaria pareja que atrapa por la mordacidad y astucia mutuas en cada aventura literaria.

En cierta ocasión, Holmes y Watson decidieron salir a acampar. En plena noche, Holmes se despierta y le da un codazo a Watson.

—Watson —le dice—, mire al cielo y dígame qué ve.

Aún medio dormido, responde —Veo millones de estrellas, Holmes —.

—¿Y qué conclusiones saca, Watson?

Watson se detiene a pensar.

—Bueno —dice—. Astronómicamente veo que hay millones de galaxias y, potencialmente, miles de millones de planetas. Astrológicamente, observo que Saturno está en Leo. Por la hora, deduzco que son aproximadamente las tres y cuarto. Meteorológicamente, sospecho que mañana hará un día espléndido. Teológicamente, contemplo la grandeza de Dios y nuestra pequeñez y sinsentido. Eso… ¿y usted qué ve?

—Watson, estúpido, ¡que alguien nos ha robado la carpa!

Exactamente así ven la política algunos ecuatorianos. Como Watson, se dejan impresionar con sonrisas hipócritas y disursos pedantes que desde el ático vierten políticos corruptos para deslumbrarlos cual candiles en medio de la negra noche, para que contemplen hermosas lucecitas titilantes que mágicamente les transportan a enclenques mundos de fantasía, para que adviertan embobados destellos de esperanza en el oscuro cielo del socialismo y finalmente, para que vean en persona al dios omnisciente que promete esas delirantes ilusiones. Los sensatos protestamos molestos: —estúpidos, ¡nos han robado la carpa! Pero estos seguirán contemplando los astros con las manos en la nuca, la mirada perdida y una nimia sonrisa idiota.

El cuarto intento de golpe de Estado en menos de dos años al gobierno del presidente Guillermo Lasso, esta vez mediante otro juicio político, tiene esta misma estructura en las huestes correístas. Unos cuantos fanáticos entontecidos por el inalcansable paisaje astral no se percatan (o no quieren percatarse) que nos han robando lo sustancial, lo trascendente, lo que a todos nos protege: la democracia, esa carpa que nos cubre de tormentas conspirativas; llegaron a hipnotizarse tan profundamente que no escuchan ni entienden ninguna advertencia, solo contemplan embelesados su pedacito de cielo centellante mientras repiten las mismas perlas ya conocidas: hay que sacarle a Lasso para que regrese Correa y así borrar los delitos de este último.

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