Impermanentes / Kléver Silva Zaldumbide

Columnistas, Opinión


MEDICINA INTEGRATIVA ORIENTAL

Hay, en la naturaleza humana, fases de vida, de éxito y de fracaso, períodos en que las cosas se marchitan y se desintegran. Pero tendríamos que dejarlas fluir para que puedan surgir otras nuevas, o para que se produzca la transformación cíclica, que puede durar segundos o varios años, pero de todas formas siempre será impermanente. Si nos ha tocado llegar a ese punto, que frecuentemente creeremos prematuro e injusto, por nuestro ego, apego y nuestra resistencia a la aceptación, nos negamos a seguir el flujo de la naturaleza propia y de los designios divinos, y eso, es lo que nos hará sufrir.

Creemos que el último límite humano es la muerte, el final de todo, por ello le tenemos miedo, y así, con esa concepción, no podemos darnos el lujo de vivir en paz, la creemos algo antinatural, por lo tanto, mala, pero la creencia oriental es que es un principio, por lo tanto, cuando muere un ser amado, el dolor no tiene por qué ser profundo y duradero si apreciamos a la vida como un flujo eterno en el que no hay pérdidas ni ganancias sino transformaciones. Creación y destrucción en perfecto equilibrio. El sufrimiento dañino está vinculado con la limitación egoísta del cuerpo físico y el sentido de pertenencia, divorciado con la libertad de trascendencia y la expansibilidad. No hay mortalidad cuando comprendemos que todos y cada uno de nosotros, en cualquier momento de nuestra vida, merecemos un lugar en el flujo eterno.

En cuanto la mente juzga que un estado o situación es “bueno”, le toma apego y se identifica con él, tanto si se trata de una relación como de una posesión, un papel social, un lugar, el cuerpo físico propio o de un hijo o cualquier familiar. La identificación nos hace feliz, hace que nos sintamos bien contigo nosotros mismos, y ese estado o situación puede llegar a convertirse en parte de quienes somos o creemos ser. Pero nada es duradero en esta dimensión, la situación cambia. La misma situación que antes nos hacía feliz, ahora nos hace desgraciados. La boda feliz y la luna de miel se convierten en un doloroso divorcio o en una convivencia feliz. Esto significa que nuestra felicidad o infelicidad son, de hecho, circunstanciales. Sólo las separa la ilusión del tiempo.

Es casi imposible tener un problema intratable cuando nuestra atención está plenamente en el ahora. Hay una situación que tiene que ser afrontada y aceptada, eso sí. Pero, ¿Por qué a la vida convertirla en un suplicio? Inconscientemente, a la mente le encantan los problemas porque nos dan cierta identidad. Tener frustraciones y conflictos de pérdidas obsesivas significa dar vueltas mentalmente a una situación sin tener verdadera intención o posibilidad de hacer algo respecto al ahora. Inconscientemente estamos haciendo del problema parte de nuestra identidad. Acabamos sintiéndonos tan agobiados por nuestra situación que perdemos la sensación de la vida, del Ser. Más bien creamos problemas, o sea dolor. Basta con hacer una simple elección, con tomar una simple decisión: ¡Pase lo que pase, no generaré más dolor ni para mí, ni para mi entorno familiar, por respeto a un principio y un derecho: el de brindar y recibir felicidad! La elección requiere un elevado grado de conciencia. Sin ella, no hay elección. La elección comienza cuando dejamos de identificarnos con los patrones condicionados de la mente y su egoísmo, se inicia en el momento en que podemos estar en el presente. Las parábolas orientales nos enseñan que lo que es inevitable, no debe lamentarse en exceso, no existe poder en el mundo que pueda deshacer lo que Dios hace. (O)

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