Integridad total / Jaime Guevara Sánchez

Columnistas, Opinión



Solo recuperando los valores perdidos lograremos que el poder sirva a los ciudadanos, no sólo los ciudadanos del poder. Entonces seremos capaces de renunciar una parte de nuestro bienestar para brindar un minuto de satisfacción a los demás; callar para escuchar; renunciar al yo para dar cabida al tú.

La adopción de una escala de valores otorga una talla moral a la persona, una nación, porque de la solvencia y la integridad de los mismos depende la “pulcritud” que se aplique al proyecto común de la sociedad.

Parece que las clases dirigentes han olvidado que todo en esta vida tiene costo y valor. Lamentablemente, la mayoría de sus miembros evalúa su estado de satisfacción en función de los bienes materiales que posee, sin razonar que la felicidad que proporciona es felicidad relativa. Cuando más se tiene, mayor es la inquietud y el desasosiego por el temor de perder; sin embargo, somos cortos de vista. Por esta comezón permanente, sacrificamos la estabilidad del hogar, la sonrisa de un niño, la complicidad de una mirada o el calor de las caricias.

Pongamos precio exagerado por un coche último modelo, un automóvil de cuarta generación, por viajes o estar en onda. No es difícil distinguir entre el costo material de una cosa y el valor moral que representa.

Todos los días salimos a trabajar, a dar lo mejor de nosotros para obtener un sueldo, ganar el pan de cada día, siempre que la empresa pública o privada esté satisfecha con nuestro desempeño. Detrás de ese esfuerzo hay una serie de metas que los hemos ido estructurando a través de los años. No obstante, como los hombres y mujeres somos heterogéneos física y mentalmente, los ideales también son diferentes. A veces luchamos por algo cimero, otras por caprichos flacos.

Precisamente, por nuestro propio bien, necesitamos recuperar los valores que están en juegos y hacer de ellos la bandera de actuación en contra de quienes los ignoran, porque los valores son aquello que hace que las cosas por los que luchamos sean buenas, que por ser buenas las apreciamos y sean dignas de nuestra ferviente atención.

Conviene nutrirnos con el pensamiento de grandes hombres como es el caso del presidente John Fitzgerald Kennedy: “La grandeza de un hombre está en relación directa a la evidencia de su fuerza moral”. (O)

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