El juez y la víctima interiores / Kléver Silva Zaldumbide
Este planeta parece ser un colectivo hecho de miles de millones de reglas: de la familia, de una comunidad, de una ciudad, de un país, y de toda la humanidad. Reglas sociales, creencias, leyes, religiones, gobiernos, cultura, maneras de ser, acontecimientos y celebraciones. Desde que nacemos, los adultos que nos rodean captan nuestra atención y, por medio de la repetición, introducen información en nuestra mente. Simultáneamente desarrollamos también una necesidad de atención que siempre acaba siendo muy fuerte, continua y competitiva. Así aprendimos qué creer y qué no creer, qué es aceptable y qué no lo es, qué es bueno y qué es malo, qué es bello y qué es feo. Nunca tuvimos la oportunidad de elegir, no escogimos nada, todo ya estaba ahí antes de que naciéramos. A través de esta “domesticación” y con un sistema de premio-castigo, con el miedo a ser castigados y a no recibir la recompensa, aprendemos a vivir o a morir en vida, a soñar o tener una vida de pesadillas, a crear nuestro mundo o a autodestruirnos. Empezamos a fingir que éramos lo que no éramos con el único fin de complacer a nuestros padres y a todos los demás. Nos juzgamos a nosotros mismos y aprendemos a juzgar a otras personas y así nuestra vida ha sido controlada. Por un lado, tenemos a un “juez interior” que juzga todo lo que hacemos, pensamos y sentimos, inclusive haciéndonos, injustamente, pagar varias veces por un mismo error; por otro lado, tenemos a la “víctima interior” que carga con la culpa, el reproche y la vergüenza. Este conflicto interno nos mantiene llenos de miedos, inseguridades que hacen que perennicemos nuestras heridas emocionales.
A una buena parte de individuos les resulta normal sufrir y vivir con miedos, llenos de violencia, de injusticias, ira, venganza, envidia, egoísmo, celos, odio, juegan con los sentimientos de los demás, burlándose de su prójimo, aprovechándose y extorsionando a la gente desesperada. “Gracias” a esta imagen “fabrican” hijos llenos de prepotencia, de viciadas apariencias con un complejo combinado de grandeza e inferioridad. Con traumas y convencionalismos estereotipados mal imitados copiados de canales televisivos basura, segregan a sus semejantes porque quieren ser lo que no son, contagiando a todo el resto de jóvenes sus vicios poniéndoles el miedo de que serán “descolados” sino siguen sus “ejemplos” y así, con el único fin de no ser rechazados, consiguen nuevos adeptos. Se castigan a sí mismos atacando a otras personas inocentes ya que llevan a cuestas los traumas, complejos, miedos y frustraciones de sus progenitores. Es decir que viven tan exactamente igual como lo que todas las religiones han descrito como el infierno.
Muchos se matan buscando la verdad (porque sólo creen en las mentiras que ha almacenado su mente), buscando justicia (pero en su esquema de creencias no existe), buscando belleza (porque por muy bella que sea la vida no sienten que lo sea), buscan riqueza (porque les resulta imposible ver dónde está la felicidad), buscan libertad (porque han aprendido a vivir presos intentando satisfacer las exigencias de otras personas)…todo por miedo a ser rechazados y a creer que no son lo suficientemente buenos para las otras personas. Aceptarse a sí mismo, sin autoengaño, con autenticidad, libre de prejuicios y apariencias, es una elección y no es fácil, el nivel de nuestra autoestima influye en nuestra forma de actuar y viceversa, lo auténtico no tiene nada que ver con la fanfarronería, la jactancia o la arrogancia, procede de una raíz contraria, su resorte no es el vació, sino la satisfacción interna, y ésta no surge de afuera sino de nuestro interior. (O)
Medicina Integrativa Oriental