La “broncemia” médica

Columnistas, Opinión

El núcleo del sistema de valores de este modelo de vida imperante está fuertemente orientado hacia la ciencia y la alta tecnología, pero enfermizamente encaminado hacia un beneficio económico de pocos. Fijar el rumbo de la vida humana en base a un solo esquema o una sola apreciación es imponer un camino predecible generado por ciertas restricciones de pensamiento que quizás no necesariamente sea el más beneficioso para todos los humanos. Un reconocido médico humanista nos decía: 

“¡Con qué gran respeto se debe mirar a cada persona, a cada comunidad, a cada sociedad, a cada nación! ¡Con qué gran cuidado nos deberíamos abstener de dar consejos para cambios que creemos buenos, en sentimientos, acciones y conceptos! ¡Con qué humildad deberíamos exponer lo que consideramos como cierto y verdadero! Poniendo siempre de precedente que podemos estar equivocados, y que la libertad de escoger debe quedar en manos de cada individuo y de cada sociedad. Qué tremendos errores se han cometido por quienes hemos tratado de enseñar y de convencer de que hay cosas buenas, en sí mismas, que deben seguirse. Con razón dicen que ‘de buenas intenciones está lleno el infierno’.»

Lao Tzé decía: «El hombre sabio está lleno de rectitud, pero no desmenuza ni talla a los demás. Es justo, pero no amonesta a los demás. Es recto, pero no endereza a los demás. Es esclarecido, pero no ofende con su brillo.» 

Recordarlo me hace reflexionar sobre el universo humano en el acto médico, acto que en Oriente se cree que tiene que ser participativo, con una relación solidaria, pacíficamente armoniosa y revestida de calor humano, de acercamiento, de respeto mutuo, de amor, instructivo, orientativo, educativo, esperanzador y enriquecedor para ambos, porque el paciente también tiene inteligencia, pensamientos y sentimientos, sin permitir que lo estadístico prime sobre la individualidad, lleno de mutua gratitud, confianza‐fe, aceptando que la ciencia médica es la ciencia de la probabilidad y de la incertidumbre, manteniendo nuestro asombro ante el milagro de la vida, sin dejarse arrastrar por la tendencia a imposiciones diagnósticas desesperanzadoras, temerarias y hasta a veces imprudentes basadas en el “poder omnímodo del conocimiento”, malentendiendo esta noble labor que no es sólo para conseguir gloria, reconocimiento, dinero o fama. Aplicar al paciente no el conocimiento arrogante que da poder y permite manejar, explotar y manipular, sino una sabiduría humilde que comparta y sea la génesis de la alegría, de la curación y de la salud. Una medicina libertaria en vez de esclavizadores diagnósticos, informando al paciente sobre su enfermedad, pues ese saber le permitirá buscar su propio orden y su participación en el acto de sanación, ya que, con todo su desconocimiento, no sólo busca alivio, sino que su médico modere, consuele, ayude, acompañe, entienda, en una palabra: se solidarice con éste que, por esta vez, aparece como paciente.

Pero mientras seamos capaces de cuestionarnos y cuestionar, tenemos la posibilidad de revisar nuestra forma de actuar como personas y como profesionales, No caer en la “broncemia médica” que revestida de arrogancia, vanidad y engreimiento distancia la calidad humanística del servicio sanitario, claro está que esta aseveración no será apta para aquellos que sólo quieren saber dónde están y no se acuerdan de dónde vienen y que se sienten los vicedioses que lo saben todo. (O)

Deja una respuesta