La Conversión Cuaresmal / P. Hugo Cisneros C.
Estamos acercándonos a la Pascua y este tiempo de Cuaresma es una invitación a la conversión. El Señor se vale de muchas señales para invitarnos a dicha conversión. A Moisés lo invitó a partir de una zarza ardiendo. Nosotros debemos estar atentos como Moisés para descubrir, en las diversas manifestaciones de Dios que El nos ofrece un nuevo rumbo para nuestra vida.
Los acercamientos de nuestra vida, ya sean gozosos o de desdicha, están cargados de la presencia de Dios que “ve nuestra opresión”, que señala nuestra manera no tan buena de proceder. Es nuestra responsabilidad estar “atentos” para poder descifrar el mensaje de Dios que encierra todo hecho, toda persona, todo acontecimiento que ocurre en nuestra existencia. Sólo el corazón inquieto del hombre puede descubrir la voz de Dios.
La conversión: cuestión de vida o de muerte.
“Si no os convertís, todos pereceréis”, dice el Señor en su Evangelio. Quiere decir que todo esto de la conversión es un asunto de vida o de muerte. Un hombre convertido se halla en camino hacia la plenitud de la vida. Un hombre inconverso no tiene otro destino que vivir bajo el peso de su mal y su destino es la muerte; no sólo la muerte física, sino sobre todo su muerte espiritual, hasta llegar a la muerte eterna o condenación, porque es aquí en la tierra en donde se construye la propia condenación. La conversión, siguiendo el comportamiento de Moisés, es un cambio de rumbo en la vida. Se deja una situación de vida normalmente buena para enrumbarla en un camino mejor.
La conversión que muestra Moisés es un “colocarse en los caminos que Dios le señala”, por ello toda conversión encierra en sí la exigencia del cumplimiento de una misión específica. Toda conversión debe “ajustarse” a los planes de Dios, al “querer de El”.
La conversión “desacomoda al hombre”, lo despoja de sus seguridades humanas y le exige un abandono al querer de Dios. La conversión obliga al creyente a vivir de la esperanza, del cumplimiento fiel de la alianza sellada con Dios.
Proyección social de la conversión.
Toda conversión no puede encerrarse en un cambio a nivel personal, sino que tiene que proyectarse en un compromiso de cambio del pueblo, de la comunidad.
Moisés, “desde su conversión”, enrumba su vida en favor de su pueblo, de la liberación de su comunidad. No se puede entender una conversión si no se traduce en un compromiso con la comunidad para llevarla a una conversión comunitaria de liberación, de compromiso con la promoción humana integral de sus miembros.
La conversión obliga a inaugurar un “nuevo éxodo” en el que, partiendo de la conciencia del mal que aflige al pueblo, se pueda emprender la marcha hacia la “tierra de promisión” que Dios ofrece a sus seguidores. (O)