La fuerza de las creencias nos embrutece 

Columnistas, Opinión

Confieso que uno de los más grandes privilegios que he tenido en la vida ha sido conocer, entender y practicar el libro Un Curso De Milagros (UCDM), texto canalizado por Jesús a través de una siquiatra norteamericana de nombre Helen Shucman a finales de la década de los sesenta del siglo pasado. Si aún no lo conoce, le invito a que lo haga, seguro será uno de los mejores regalos -sino el mejor- que pueda hacerse en la vida. 

Traigo a colación esto porque mientras revisaba un libro de filosofía, me topé con la interesante novedad de que algunos de los conceptos de UCDM los maneja también la filosofía clásica. Aunque, pensándolo bien, no me sorprende demasiado porque de todos modos tampoco sería nada raro que, sin nunca antes haberlos escuchado, a usted también le resuenen uno o más de esos conceptos. 

UCDM dice “Nada real puede ser amenazado”, lo real entendido como la verdad, el amor, Dios, la Fuente, etc. Luego señala: “Nada irreal existe” o sea, el miedo, la mentira, el odio, la culpa, las creencias. En otras palabras, si lo real proviene de Dios, todo el resto no existe, es un invento de nuestro ego, una interpretación errada, una ilusión. 

El presente párrafo resume lo que leí en el libro de filosofía: La mente se parece a la caja de un ilusionista que toma unos cuantos elementos, los agita en su interior y saca algo que nos parece real pero que solo es un espejismo, una ilusión. Un caso concreto sería el siguiente: Durante al menos catorce siglos, se creyó ciegamente que la Tierra ocupaba el centro del universo, creencia que ahora la sabemos falsa, pero que por mil quinientos años fue aceptada como irrefutablemente cierta. Esta paradoja de la historia de la ciencia nos sugiere que debemos poner siempre entre paréntesis nuestra interpretación de la realidad y no creer a tontas y a ciegas lo que percibimos. 

Si lo analiza bien, esto nos pasa con todo, todo el tiempo: interpretamos el mundo exterior (y sobre todo, nuestro propio mundo interior) a juicio de nuestras personales percepciones con una convicción tan férrea que nos ciega la razón. Al respecto UCDM dice: “todo lo que acepto en mi mente se vuelve real para mí.” 

Por diez años muchos ecuatorianos aceptaron que el correísmo fue lo mejor que le ocurrió al Ecuador. Esta creencia (que solo por serla ya es falsa) conllevó a que se volviera realidad inquebrantable en sus mentes, de ahí que, no hubo (ni hay) poder humano que cambie esa creencia ni aún con las innegables y aplastantes pruebas de corrupción en su contra. 

Piense ahora en lo siguiente: vivimos inundados de todo tipo de creencias inventadas (irreales), muchas de ellas calaron tanto en nuestras mentes que estaríamos dispuestos a defenderlas incluso con nuestras propias vidas. 

¿Ve cómo la fuerza de las creencias nos embrutece?  (O)

mariofernandobarona@gmail.com 

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