La horticultura de la política
Que preocupante para el país que sus ciudadanos no seamos capaces de movilizar la creatividad del pensamiento para superar las situaciones de crisis que nos agobian.
Más grave aún, cuando en el espacio que se supone es el generador de las normas que guían el comportamiento de personas e instituciones; y, obviamente, en donde se instituyen las formas y los mecanismos impositivos que permiten el funcionamiento de la estructura gubernamental, esa capacidad de diálogo y advertencia no llegue a inquietar las neuronas de sus integrantes y continúen alimentando la diáspora en su afán de alinear y emular sus actuaciones a las del “perro del hortelano”.
“La propuesta nos parece buena, a no ser porque: la presenta otra persona y no yo; no incluye lo que estoy pensando y aún no he compartido; se abstiene de castigar a los que son mis enemigos; deja de incluirme como el principal ideólogo del esfuerzo; amén de que no privilegia lo que ya he sostenido como alternativa única para salir del embrollo; etc., etc.…”
Contando con evidentes muestras de que, con instrucciones correctas, precisas y mano firme, nuestros estamentos de seguridad nacional y pública, han demostrado que pueden acometer en el control de la narco-violencia y mostrar resultados casi que inmediatos y alentadores, de suerte que hasta el ánimo y la credibilidad vuelven al corazón del vecindario que de a poco se reactiva y va ganando confianza y por lo menos recuperando algo de esa sensación de seguridad; resulta incomprensible e inadmisible que, aquello que se plantea como una posible salida, urgente y efectiva, para permitir que el esfuerzo iniciado continúe y se mantenga inalterable por el tiempo que corresponda, hasta superar totalmente la crítica situación, no merezca sino, evasivas, amenazas, displicencias y contradicciones encaminadas a no atender el pedido inicial que, incluso, goza de gran respaldo ciudadano.
Esa falta de compromiso y correspondencia para con lo que la gente quiere, necesita y demanda, no es sino la muestra evidente de la desconexión que, en materia política, económica y social, nos mantiene en el inalterable vaivén de la improvisación y el arrepentimiento.
¡Este país no necesita héroes! Requiere de la presencia inconmensurable de deudos. Si, de personas dolientes, de allegados y afligidos que enfrenten con denuedo lo que les afecta y tomen decisiones sobre sus dolores y no inventen recetarios que finalmente no alivian el mal que aqueja a los demás, porque ni lo conocen, ni lo sienten a plenitud.
Si solamente se dieran el tiempo suficiente de escuchar a la población. Si pudieran oír a la gente del diario vivir, y mezclarse con aquella que debe movilizarse para conseguir trabajo y llevar el pan a su mesa; con aquellos que finalmente pueden dar un paso fuera de casa sin el temor y la amenaza de hace unos cuantos días; bien podrían facilitar una línea de discernimiento acorde al pensamiento mayoritario que, respalda lo bueno y pide que se lo continúe realizando, porque de esa forma, la esperanza de mejores tiempos cobra vida.
A diario se repite y la frase cobra fuerza: la seguridad es tarea de todos; y, por lo mismo, el esfuerzo y empeño con que se la aborde es por igual una demanda global que deberá ser respaldada y atendida por todos.
Resulta cuestionable y hasta irreverente que, algunos de los que tienen mucho poder político, económico y social, pretendan respaldar sus “ideas y propuestas alternativas” pensando -de labios para afuera- en la afectación que la medida original pudiere generar respecto de los que tienen menos.
No caigamos en el eufemismo y despropósito de aumentar la canasta de opciones en el supermercado.
Los que menos tienen, son en realidad los más solidarios y los más decididos en el enfrentamiento de problemas y superación de la crisis que les afecta.
Si son consultados, la respuesta se haría evidente. (O)