La idea de Dios en Mario Benedetti

Columnistas, Opinión

Cuando han pasado los años  y regresamos a ver lo recorrido, es como haber vivido un libro y tenerlo en la memoria con un secreto afán de compartirlo. Cuando han pasado los años y queremos leer un libro, buscamos a los autores quienes se han atrevido a dejar con tinta los sucesos que impactaron en su camino.

Dice Luis García Montero al comentar el libro La Tregua de Mario Benedetti: “Supo hablarle a la gente del amor, del miedo, de la melancolía, de la soledad, sentimientos que por fortuna, no son patrimonio de los poetas, sino de los seres humanos en general”.

Me ha gustado siempre leer un libro subrayándolo y haciendo comentarios marginales. Esto ha permitido alentar mi creatividad. A los andinos siempre nos ha impactado la primera vez que fuimos a conocer el mar. Se produce ese sacudón en la conciencia de la que nos habla Benedetti. Ir al mar con las palabras de este autor es volver a pensar: 

“Ese mar es una especie de eternidad. Cuando yo era niño, él golpeaba y golpeaba, pero también golpeaba cuando era niño mi abuelo, cuando era niño el abuelo de mi abuelo. Una presencia móvil pero sin vida. Una presencia de olas oscuras, insensibles. Testigo de la historia, testigo inútil porque no sabe nada de la historia.

¿Y si el mar fuera Dios? También un testigo insensible. Una presencia móvil pero sin vida.

Avellaneda (la protagonista del libro) también lo miraba, con el viento en el pelo, sin pestañear:

Y vos ¿crees en Dios?, dijo continuando el diálogo que había iniciado yo, mi pensamiento. No sé, yo querría que Dios existiese. Pero no estoy seguro. Tampoco estoy seguro de que Dios, si existe, vaya a estar conforme con nuestra credulidad a partir de algunos datos desperdigados e incompletos.

Pero si es tan claro. Vos te complicáis  porque querés que Dios tenga rostro, manos, corazón. Dios es un común denominador. También podríamos llamarlo la Totalidad. Dios es esta piedra, mi zapato, aquella gaviota, tus pantalones, esa nube, todo.

Y eso ¿te atrae? ¿Eso te conforma?

Por lo menos me inspira respeto.

A mí no. No puedo figurarme a Dios como como una gran Sociedad Anónima.”

Son raras las veces que pienso en Dios. Sin embargo, tengo un fondo religioso, un ansia de religión. Quisiera convencerme de que efectivamente poseo una definición de Dios, un concepto de Dios. Pero no poseo nada semejante. Son raras las veces que pienso en Dios, sencillamente porque el problema me excede tan sobrada y soberanamente, que llega a provocarme una especie de pánico, una desbandada general de mi lucidez y de mis razones. “Dios es la totalidad”, dicen  a menudo Avellaneda, “Dios  es la esencia de todo”, dice Aníbal “lo que mantiene todo en equilibrio, en armonía, Dios es la Gran Coherencia”. Soy capaz de entender una y otra definición, pero ni una no otra son mi definición. Es probable que ellos estén en lo cierto, pero no es ése el Dios que yo necesito. Yo necesito un Dios con quien dialogar, un Dios en quien yo pueda buscar amparo, un Dios que me responda cuando lo interrogo, cuando lo ametrallo con mis dudas.

Si Dios es la Totalidad, la Gran Coherencia, si Dios es solo energía que mantiene vivo el universo, si es tan inconmensurablemente infinito ¿qué puede importarle a mí, un átomo málamente encaramado a un insignificante piojo de su Reino? No me importa ser un átomo del último piojo de su Reino, pero me importa que Dios esté a mi alcance, me importa asirlo, no con mis manos, claro, ni siquiera con mi razonamiento. Me importa asirlo con mi corazón.” (O)

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