La importancia de justicia sana / Mario Fernando Barona
Los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial (no cuatro o cinco como novelera e irresponsable suelen imponer los gobiernos populistas) nacen en el siglo XVIII con Montesquieu con el propósito de curar en sano las democracias, garantizando un Estado más justo y equitativo en el que cada uno de los poderes vele por la adecuación de los otros mediante contrapesos, evitando así el control de una única instancia (lo que ocurrió, dicho sea de paso, de forma grosera y desvergonzada con Rafael Correa). Y sí, no será la panacea, pero es bastante más sensato y civilizado que caer en manos de un solo corrupto enfermo de poder.
Ahora bien. Se ha puesto a pensar si de los tres poderes, el ejecutivo delinque y el legislativo lo cubre, ¿quién pone orden? pues, el poder judicial que con independencia y en derecho tiene autoridad para corregir estos y mucho otros actos delictivos, porque a diferencia del ejecutivo y legislativo, el judicial es el único poder que opera directa y transversalmente. En otras palabras, si tenemos a un presidente que roba o que lo permite y a un legislativo que lo consiente, pero hay un sistema de justicia sano, la institucionalidad de la nación no estaría en riesgo porque habrá quien imparta justicia y corrija tales crímenes vengan de donde vengan; pero si la corrupción viniese del propio poder judicial, así las otras dos funciones estén dignamente representadas, la justicia no fallaría en derecho sino de acuerdo a conveniencias y amarres, por lo tanto, nuestra imagen de país sería de corrupción, farsa y picardía. Conclusión: pueden fallar muchas cosas, pero jamás la independencia y señorío de la función judicial. Un país con una justicia sana es un país confiable, respetable y atractivo.
Sería injusto desconocer que en el Ecuador hay funcionarios judiciales y abogados particulares honestos, probos y decentes que son la excepción, porque la regla es que nuestro sistema judicial está secuestrado por la delincuencia, la corrupción, la sinvergüencería y uno más: el cáncer del dogmatismo de izquierda, ese que se rasga las vestiduras por los derechos humanos (DDHH) en favor de criminales y se olvida de demandarlos para las víctimas, sí, ese en el que se ampara cualquier tipo de delincuente (desde los más pequeños hasta los de alto vuelo, sobre todo estos últimos) porque saben que tarde o temprano saldrán beneficiados de cualquier forma gracias a los famosos DDHH.
Por eso, junto con todos los cambios que el presidente Guillermo Lasso está implementando en el aparataje público, la sanidad del sistema judicial debería ser una de las prioridades. (O)