La Joaquina de los pillareños / Pedro Reino Garcés
Cada lugar de la geografía tiene singularidad por su mitología. Hay mitos genéricos y otros muy particulares, como en este caso, porque se han fijado en territorio. Uno de estos tiene que ver con la pronunciada curva que corona la cuesta de la carretera que subiendo del Culapachán, busca la planicie para acceder a Píllaro. Esta es la famosa curva donde “vivía” o aparecía esa dama mitológica que muchos “la conocieron” y que seguramente supieron que se llamaba María Joaquina. Hasta ahora todo chofer sobre todo, y un hombre de cultura general sabe que la curva se llama “La Joaquina”.
Hace algunos años ya, don Jaime Omar Robalino Araujo, que vivía en la llamada Ciudad Nueva del cantón Píllaro, ciudadela generada en el pos terremoto de 1949, y diferenciada del Píllaro Viejo donde “descansan los muertos míos”, había relatado a mis estudiantes de Antropología Carla Chávez, Mayda Estrella, Darwin Mata, Jessenia Mejía y Sandra Zurita, su versión sobre la María Joaquina.
Según el informante, toda la carretera que sale del Culapachán por los dos lados, para ir a Ambato desde Píllaro, lleva el nombre de esta misteriosa dama. Dicha carretera, hace unos 100 años, hay que imaginarla de tierra pedregosa, estrecha y terriblemente peligrosa por los abismos y precipicios que impactan a quienes tienen que bajar y subir luego, la depresión del río Culapachán, al que se lo ve en el fondo como un serpiente que se busca a sí misma para morderse.
Según don Jaime, “la María Joaquina era una hermosa dama, de pelo rubio, piel blanca y ojos verdes”. Era un modelo de belleza exótica para los mestizos, y sobre todo para los borrachos que se las daban de refinados. “Ella se les aparecía a los hombre ebrios que vagabundeaban por las calles de Píllaro en sus noches de bohemia. María Joaquina les envolvía con un mágico esplendor y su extraordinaria belleza, la misma que reflejaba una luz brillante y enloquecía de pasión y deseo carnal a cualquier hombre.
Decía don Jaime que un amigo de su padre es el que tuvo una experiencia con la María Joaquina: Una vez, libando con unos amigos en una cantina de Píllaro, se encontraba don Jorge en un estado de total ebriedad. De pronto había dejado la cantina para dirigirse a su casa caminando por esas calles poseídas por las tinieblas. En eso, vio a lo lejos que una luz brillante se le acercaba lentamente. Cuando la tuvo cerca, se dio cuenta que tenía en su delante a una hermosa mujer, vestida de blanco, de cabello dorado y que le mostraba sus encantos femeninos. Le había coqueteado y le había hecho señales para que le siguiera rumbo a la carretera.
Dicen que don Jorgito iba feliz por esos lugares botados esperando que la dama le insinuara más de cerca sus deseos arrimándose a las rocas. Él esperaba que se parara en alguna parte de esas laderas donde las tinieblas no alcanzan la imaginación, pero ella la llevó hasta el río, sin que pudiera reaccionar.
Ya en el río, contaba que él se le acercó excitado y lleno de pasión. Trataba de besarla pero no se dejaba. Le abrazaba y le rechazaba hasta que poco a poco, esta hermosa mujer se le fue transformando en un espectro horripilante toda ella llena de gusanos que brotan de la carne en podredumbre. Además, en lugar del perfume que percibía en la bajada, soltó unos olores a muerte que salían de su boca que se iba transformando en calavera. Don Jorgito, dicen que la vio desvestirse hasta que se envolvió en un manto negro.
Contaba que viendo esto, cayó desmayado y que al día siguiente lo encontraron a la orilla del río sin sentido y babeando”.
Según don Jaime Robalino, la María Joaquina seguía apareciendo a los numerosos pícaros y a los infieles que vivían por Píllaro, y que muchos de ellos solo alcanzaban a llegar hasta la curva de la Joaquina.