La madre de la maldad
Ninguna discusión acerca del mal puede abarcar todo lo que se ha dicho y escrito sobre él. La humanidad desde que sabemos ha estado preocupada de este tema, ya sea desde la teología, justicia, filosofía, religión, moral, ética, etc. La probabilidad de ver maldad es cien veces al día; la de ver bondad es muy poca. Ahora es casi inevitable que todos los días se realicen acciones malévolas, y con ello, un océano de sufrimiento para miles de personas. Cuando algún día la ignorancia, la envidia, los complejos de inferioridad, las frustraciones sean eliminadas y la humanidad haya despertado y retomado los valores fundamentales del ser humano, se podrá poner fin a la producción del mal.
El perfil del malvado, según estudios, responde al de un/a «psicópata» que emplea técnicas de ataque sutiles, escondiéndose cobardemente en el anonimato, manipulando el entorno para conseguir aliados entre los que le rodean. La envidia y el egoísmo, así como celos del éxito o progreso de la víctima, son los principales combustibles para encender el motor de desajuste personal tratando de poner freno a la superación ajena. Es extraña la ligereza con que los malvados creen que todo les saldrá bien. Son seres detestables y peligrosos que buscan desprestigiar a quien desean hacer daño para satisfacer su abominable avidez de dañar. En ocasiones parece que alcanzan a cumplir su objetivo, pero finalmente terminan destruyéndose a sí mismos.
Todos y cada uno de nuestros pensamientos, sentimientos o conductas tienen el poder sanar si ponemos nuestra sabiduría al servicio de nuestra conciencia, ya que ésta no rechaza el sufrimiento, sino que lo transforma. En situaciones de riesgo el muro protector de la realización personal es el perdón de otro modo la frustración, la ira, el sufrimiento, los sentimientos de culpa, el rencor, la falta de esperanzas de cambio, dañaran a todos nuestros niveles: físico, psicológico, social y espiritual. Debemos aprender desde tempranas edades que, con frecuencia, experimentaremos toda suerte de malestares durante la vida, provocaciones, rechazos y muchas otras formas de crueldades sociales, pero ninguna causa es justificable para un contraataque violento. Debemos cultivar un sentido interno de mérito moral propio de tal forma que las palabras o acciones de maldad no nos afecten. Lo que otras personas piensen de nosotros, o nos lo digan, es mucho menos importante que lo que somos ante nuestros propios ojos.
El mal, la destructividad, y la perversión inevitablemente forman parte de la existencia humana. No hay manera de separarlas del resto, siempre la gente mala anda por ahí cometiendo insidiosamente acciones malignas. Definitivamente no es la vida ni las circunstancias la que separa a la gente, es la hipocresía, la traición, la ambición, la falta de respeto y la ignorancia como la madre de la maldad. Parece que nuestro país ha aceptado pasivamente la maldad beneficiando a los delincuentes de calle y de terno. (O)