La moraleja / Guillermo Tapia Nicola
Hace algo así como veinte años atrás, quedé gratamente impresionado, por no decir “encantado”, con la lectura de “El Nuevo Maquiavelo” de Alistar McAlpine y la forma en que comparte esa -su sana crítica- a los distintos manuales de management (gestión) que prometen éxito total.
Pasado el tiempo, escarbando en las analogías entre la discusión de Maquiavelo sobre príncipes y Estados; y las del autor, acerca de los ejecutivos y las empresas, he vuelto a recordar algunas de sus frases y citas que, con inteligencia y acierto, delicadamente conducen a la imaginación, al relacionamiento de realidades y a identificar los sistemas de gobierno y las personalidades inmersas en esos esfuerzos.
“Nunca confunda poder con influencia…, pero recuerde que los políticos pueden afectar su mundo, sin que usted sepa que esa era su intención, a menos que observe cuidadosamente cuanto están haciendo”, bien puede ser asumida como una recomendación de vida de inestimable trascendencia.
“Cuídese siempre de aquel político al que denominan ‘poderoso’. Busque a los políticos que los demás llaman ‘influyentes’…” porque “…un político de principios es conocido por su honestidad y, por ende, las palabras de ese político tienen el poder de la autoridad moral”, señala McAlpine, y, a nuestro momento nacional, aquella y estas, suenan a citas tan fuertes y sinceras que las imagino usadas apropiadamente en la reflexión que debió realizar el presidente y su equipo de gobierno al momento de evaluar la situación nacional: incontenible, irracional y agreste, inmanejable desde el punto de vista del diálogo e imprudente desde la visión de la idoneidad y la mesura, que terminaron identificando a plenitud la necesidad de apurar una decisión constitucional, legítima y en el ámbito de sus atribuciones, para salvar y proyectar la democracia, con más democracia.
Todo cuanto hoy se diga y repita para contradecir y demeritar el acto político asumido y concretado en el decreto correspondiente, no suena sino a berrinche y patadas de ahogado.
La población en general ve con muy buenos ojos la medida adoptada, porque siente que, sin ese foco político negativo, acomodaticio, contradictorio y confabulado, llamado asamblea nacional, hay alguna posibilidad de materializar propuestas y soluciones que han sido dilatadas, diferidas y casi que olvidadas.
Al final “la moraleja” que no es sino la lección o a la enseñanza que se extrae de la historia, cuento, fábula o experiencia y que, como conclusión, constituye una referencia para aplicarla en la vida diaria, en orden a advertir, prevenir, enmendar o simplemente aprender algo sobre la naturaleza humana o el mundo, ha jugado su rol.
Un juicio político inédito. Constitucional y legalmente normado, reglado y encasillado únicamente en tres posibles causales y autorizado apenas para concentrarse en una de ellas, disparó un centenar de opiniones y lecturas tan personales -para nada sujetas a esos mandatos y límites preestablecidos- que terminó desbordando el trámite, el proceso y el debate. Y, por si fuera poco, incrementando el nivel de angustia y contrariedad ciudadana.
El pueblo ecuatoriano miró y escuchó absorto, el martes anterior, una serie de advertencias, posicionamientos y gestos que, contrariando la simple lógica de convivencia, generó un enclaustramiento de visión y de acción que terminó en lo que suponíamos lo haría, en la expresión de un empecinamiento y bravuconada para cambiar al titular del ejecutivo, sin importar nada más que el ejercicio arbitrario del poder, entendido como el “equilibrio inclinado” de una función que se siente superior a otras.
El resultado, ha quedado escrito y notificado. Una salida democrática a un impasse democrático. El País sigue su rumbo. Vendrán mejores días si cumplimos con nuestras obligaciones, sin más justificación que la voluntad y el compromiso de hacerlo.
¡Sin confundir “poder” con “influencia”! (O)