La Muerte de George Floyd / Andrés F. Jaramillo Torres
Recuerdo el doloroso episodio del arresto del ciudadano afroamericano George Floyd, el pasado 25 de mayo de 2020, donde el policía Derek Chauvin, con la presión de su rodilla en el cuello, lo asfixió deliberadamente hasta quitarle la vida. El escalofriante video del asesinato recorrió el mundo entero y se desató un generalizado repudio ante la muerte injusta de Floyd. Casi un ano después del hecho, en ocasión de un proceso penal, el jurado de la Corte de Mineápolis, halló culpable al expolicía por el delito de asesinato.
La resolución en su contra es un importante precedente para poner freno al abuso policial en los Estados Unidos, que con cierta frecuencia, se repite. Ojalá genere un efecto disuasivo, frente a ciertos agentes policiales, que asumen que, debido a su posición de autoridad, no están en obligación de respetar el ordenamiento jurídico, y que bajo el discurso de “seguridad”, creen erróneamente estar amparados para actuar de manera desproporcionada en operativos.
La gran promesa de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), suscrita por EEUU y 46 países más, que establece en su artículo 1: «Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, sigue pendiente. El abuso policial frente a la población afroamericana en EEUU es manifestación de aquello.
Seguimos viendo actitudes contrarias a esta disposición cotidianamente, realizadas o toleradas por autoridades Estatales. Enhorabuena, la condena al ex policía en cuestión, apunta en la dirección correcta, que es, crear conciencia de que nadie, independientemente de su posición de autoridad, está en facultad de privar arbitrariamente a otro de su vida. Aunque en esta ocasión nos referimos al abuso policial en EEUU, no hay que desconocer que este fenómeno también se evidencia en latinoamérica, donde tenemos múltiples ejemplos de ejecuciones extrajudiciales.