La opción de la ceniza
La explicación de lo inexplicable debería ser uno de los propósitos políticos a alcanzar a corto plazo, si en verdad se piensa -como parte del pueblo- en función de su beneficio.
Vivir cuarenta y más años pregonando fórmulas o propuestas ensayadas en ésta y otras latitudes con relativo éxito o ninguno, solo dan cuenta de nuestras propias limitaciones en las imitaciones y deja en evidencia la escasa reflexión y mal manejo de nuestra realidad nacional.
Como todas las cosas, conviven con nosotros instancias o momentos de excepción que ayudan a refrendar la regla, pero, por si eso fuera fácil, no hemos logrado escarmentar en carne propia ni enmendar errores a no ser por sugerencia, imposición externa o como una medida transitoria, hasta recuperar espacios, recursos o poderes y volver sobre la misma huella, para repisar y hundir la pisada.
La economía agraria, por ejemplo, fue rápidamente desplazada por la petrolera y, a despecho de la recurrida frase que convocaba a “sembrar el petróleo”, nunca se lo hizo y el agro pasó a segundo plano y aunque por momentos ha recuperado protagonismo y se ha insertado como política gubernamental, no ha recobrado trascendencia.
Pero nada, ni tan siquiera la pertenencia al agro permite a un amplio sector poblacional pensar diferente a los instantes de euforia petrolera y ahora, en la dramática instancia de cuestionamiento y agonía, se vuelve tarea contra natura, comprometerse y ser parte de una mayoría dispuesta a reconocer lo impropio de mantener unos subsidios que, mentirosamente, nos generan un aparente beneficio.
Pero eso sí, es demanda urgente e inaplazable <<a un gobierno de temporalidad que ha asumido una tarea incuestionable en contra del terrorismo y el narcotráfico, la corrupción y los malos manejos>>que cumpla con su obligación primaria de garantizar seguridad en todos los órdenes, plazas de empleo, mejores ingresos, menos horas de trabajo, más educación y mejor salud, con el exiguo presupuesto resultante del manejo artificioso, timorato y reservado de gobiernos precedentes que, desde sus camastros, pretenden dirigir los destinos que ya no están en sus manos, con las mismas formas erróneas de su tiempo.
Cuando hay que ajustarse los cinturones, los pantalones de todos los habitantes deben mostrar fruncidos y alforjas; y, no solo los de unos pocos, porque los beneficios nacionales -por antonomasia- no tienen ni pueden tener restricciones y menos dedicatorias poblacionales.
La igualdad ante la ley no admite seguir engañándonos unos a otros. El costo de vivir y el de sobrevivir tiene impactos generales para todos y así debemos entender la nacionalidad y la pertenencia.
Si no somos capaces de entender los sacrificios, no seremos aptos de asumir los desafíos.
De ahí que, resulta inexplicable la explicación e intencionalidad de asumir competencias no asignadas a una Función, para pretender justificar la negativa de atender un justificado pedido de incremento puntual a un impuesto global destinado a atender el gasto que demanda combatir al terrorismo y a la mafia, y enfrentar la crisis fiscal, para de ese modo alcanzar bienestar y seguridad ciudadanas. En su lugar, desentenderse del pedido e inventarse incrementos a otros impuestos, sin abandonar la cacareada frase de “no más impuestos” es también inexplicable.
El aire respirado de a gratis, no alcanzará para todos, a menos que todos convengamos en respirar menos, producir más oxígeno y dejar de contaminar; tanto como el agua, que no alcanzará para que calmemos la sed de todos si no acordamos límites de uso, en función del mantenimiento de los páramos y las fuentes hídricas.
Por ahora, no podemos darnos el lujo de dejar de explotar el petróleo, de favorecer la minería, de proteger los sistemas, de cuidar los territorios, de atender a las ciudades y de cuidar a la población, con solo reducir el gasto corriente, suprimir partidas y oficinas, porque agrandaremos la demanda de trabajo, y si no se brindan alternativas que corrijan esa deficiencia, serán insuficientes para cerrar el hueco fiscal de doce mil millones de dólares.
La vanidad de dejar de explotar el ITT no solo que ahonda la crisis nacional, sino que relativiza la sensación de los logros ambientales de quienes no son capaces de sembrar un árbol, mucho menos de mantener un bosque.
Las caretas carnavaleras deben en algún momento, pasado el miércoles de ceniza, despojarse de los rostros que ocultan su lozanía para esconder sus propósitos. (O)