La paja que rompió el lomo del camello

Columnistas, Opinión

Cierta persona tiene una desproporcionada carga de trabajo en la que, además, todos los días y durante mucho tiempo lo ha venido haciendo sin descanso ni reconocimiento justo, y claro, se siente desvalorizado, agobiado e irritado. Un día, le ordenan una tarea bastante sencilla y rápida, en realidad nada extraordinario, pero ese pequeño trabajo adicional se convierte en el detonante que hace que explote como nunca lo había hecho, se revela y manda al carajo a todo el que se le cruce en el camino. Esa nimiedad fue la chispa que encendió la hoguera, pero la gasolina, esa acumulación de frustraciones e injusticias que soportó por años. En un tris, la diminuta chispa se convirtió en la paja que rompió el lomo del camello.  

Otro clásico ejemplo podría ser la esposa sumisa y callada que durante años soportó las rabietas de un marido celoso y machista. De pronto, el susodicho abusador solo no agradeció la comida que le preparó su mujer, no hizo falta los denigrantes insultos ni las acostumbradas ofensas físicas, fue suficiente una pequeña descortesía para que la esposa reaccione con furia contenida y “le rompa el lomo al camello”. 

Uno más, y de hecho el más frecuente, ocurre cuando se viene acumulando estrés emocional por décadas y que por lo general termina minando la salud con enfermedades crónicas. Es el caso de una persona que desde la adolescencia siempre fue un gran deportista, cuidaba su cuerpo con ejercicio físico y buena alimentación, pero olvidó nutrir su mente para hacer más llevadera su tormentosa vida emocional. Después de cumplir 51 años comenzó a sentir dolor permanente en su espalda que no cedía con nada hasta que en un momento el pretexto fue agacharse a recoger algo del piso y ya no pudo levantarse. Ese insignificante movimiento fue la paja que literalmente le rompió el lomo. 

Estas explicaciones gráficas de “la paja que rompió el lomo del camello” son más comunes de lo que creemos, ocurriendo también -y con mucha frecuencia-… sí, en política, con los honestos, por ejemplo, que llevamos más de tres lustros aguantando mentiras y medias verdades de correístas inescrupulosos; siendo testigos de monumentales robos descarados como los innumerables cometidos por ellos mismos; viendo en nuestras narices cómo se unen y operan las mafias política y narcoterrorista; tolerando groseras ilegalidades aupadas permanentemente por el CNE; lamentando la irresponsabilidad y el cinismo sin par demostrado por los legisladores de las ultimas asambleas; y mucho, mucho más. 

Los honestos hemos soportado demasiado, estamos hartos de tanta podredumbre. Por eso, aunque no es una amenaza, sí debo advertir que la misma paja que rompió el lomo de incontables sucesos de la historia geopolítica mundial podría ser también la que el día de mañana caiga cual yunque sobre el lomo de la corrupción política ecuatoriana desatando un estallido social de inimaginables consecuencias.  (O)

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