La palabra un valor a recuperar

Columnistas, Opinión

Durante, el transcurso de nuestra vida, cuantas veces hemos escuchado la locución “te doy mi palabra”; y, cuantas veces también hemos dudado o desconfiado de eso, claro esto sucede en razón de factores como quien o quienes lo dicen, además, del lugar y circunstancia en que lo hacen.

La interpretación termina siendo posible y substancialmente llana, pues no es más que el hecho de que parecería que a modo que transcurre el tiempo, creería que palabra empeñada ha perdido su valor y sentido, entonces solo hace falta recordar como en el tiempo de nuestros mayores, especialmente de nuestros abuelos cuando se empeñaba la palabra, esto era sagrado, incluso llegando al extremo de que no se necesitaba documento firmado alguno que la respalde.

Ahora, estamos acostumbrándonos a que el incumplimiento de tal o cual compromiso sea de carácter personal, profesional, familiar o de amistad, sea algo normal y de uso frecuente, olvidándonos por su puesto de que la palabra o el compromiso realizado tiene la fuerza de exteriorizar lo que somos en lo más interno y profundo de nuestro ser.

Razón, por la cual no debemos seguir desvirtuando su valor y, más bien démosle un sentido supremo, inalterable e indestructible, jamás olvidemos de que cuando damos la palabra o hacemos un compromiso con alguien estamos invitando al otro a que confié en nosotros, razón suficiente para no traicionar su confianza y valor que nos conceden.

Es hora, de trabajar en los niños y jóvenes, haciendo que ellos hagan un hábito de cumplimiento de compromisos, no toleremos, ni normalicemos la mentira, enseñémosles que la traición, la deslealtad y la mentira son parte de una esencia personal que se desnaturaliza a medida que avanzan, y, más bien eduquemos a respaldar su palabra y confianza como hechos de vida.

Esté es un valor humano pendiente por recuperar. O que es más grave, mentirle a un niño que cuando sea adolescente, joven o adulto no confiará en nadie y opinará que mentir es normal; o, mentirle a un país, provincia, ciudad o parroquia… ¡Cuidado puede ser el mismo niño que creció!

 Entonces, les invito a que la palabra empeñada se convierta en ley, que el cumplimiento de la palabra y el compromiso que ello asume, se conviertan en un protocolo de conducta diaria que nos permita ser considerados como personas confiables y creíbles. Jamás olvidemos que los valores como estos se constituyen en los cimientos de la vida de un niño; y, actuemos como queremos que algún día nuestros hijos actúen. (O)

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