La poliarquía / Fabricio Dávila Espinoza

Columnistas, Opinión


La mayoría de los regímenes políticos aducen a algún tipo de títulos para hacerse acreedores al nombre de democracia. Hasta los dictadores parecen creer en nuestros días que adoptar una o dos pinceladas del lenguaje democrático es un ingrediente imprescindible para su legitimidad. 

Así escribió, Robert Dahl, probablemente uno de los politólogos que más ha influido en el desarrollo de las ciencias sociales después de la Segunda Guerra Mundial, en su libro La democracia y sus críticos (1992). 

Dahl, afirma que una verdadera democracia exige la participación ciudadana y que los gobiernos respondan adecuadamente a las preferencias del pueblo sin discriminaciones, implantando reglas que garanticen las mismas oportunidades a cada individuo en los siguientes aspectos: formular sus preferencias; manifestarlas y recibir del régimen igualdad de trato. Estas condiciones, indudablemente, están asociadas a los principios en los que se asienta la democracia: soberanía popular e igualdad política de los ciudadanos. 

En su libro “La Poliarquía”, Dahl, asegura que la participación ciudadana se manifiesta a través de la libertad para formar organizaciones y asociarse a ellas; libertad de expresión; libertad de voto; elegibilidad para el servicio público; derecho a competir en busca de apoyo; diversidad de fuentes de información; desarrollo de elecciones libres e imparciales y existencia de instituciones que garanticen que la política del gobierno dependa de los votos y demás formas de expresar las preferencias.

Entonces, la poliarquía, no sería solamente la expresión de un gobierno electo por los ciudadanos, sino que debería entenderse como la construcción de una sociedad pluralista, en la que el poder se fragmenta hasta que ningún grupo o individuo se crea soberano absoluto. En este modelo de sociedad, el poder determinante está en el pueblo, que elige al gobierno, sobre el que posteriormente ejercerá influencia política. La participación ciudadana es la que determina cuando una democracia es de mayor o menor calidad. 

En el oscuro panorama político ecuatoriano, la democracia no deja de favorecer la concentración del poder y la riqueza, con niveles de corrupción jamás vistos. A falta de pocas horas para el cierre de la inscripción de precandidaturas, es bueno preguntarse, si los ciudadanos y los actores políticos, estamos a la altura de las circunstancias para mejorar la calidad de nuestra pobre participación como ciudadanos de cara al futuro. (O)

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