La razón del voto

Columnistas, Opinión

Abarrotado de tanto mensaje de violencia, de intimidación, de acoso, de vacunas, de apropiación indebida del espacio público, de asaltos y robos a locales comerciales, bancos, casas de salud, residencias y transeúntes, lo menos que podemos hacer es referirnos a esta cruda realidad y la urgente necesidad de poner freno y ojalá terminarla de una buena vez.

Injusto resulta generalizar, pero se ha vuelto insufrible para la población nacional la presencia de personajes cosmopolitas que haciendo uso del invento “robolucionario” de la “ciudadanía universal” entran, pasean y salen como Pedro por su casa, y hacen todo lo que se les viene en gana sin que haya autoridad local, provincial o nacional que regule y sancione semejante proceder porque el sistema está maniatado constitucionalmente.

Las calles, son hoy de su propiedad, los parques públicos, son su área de esparcimiento, residencia y amedrentamiento; restaurantes, bares y cafés, son espacios para “exigir apoyos”, y movilizados en motocicletas siembran el caos en pueblos y ciudades; persiguen y asaltan en carreteras, secuestran gente y algunos, hasta matan.

La gran mayoría, los nativos de este territorio, guarnecidos bajo siete mil llaves contando los segundos para transformarnos en víctimas y, por ahí, a algún iluminado de la política se le ocurre decir que todo mejorará <<cuando dialoguen con los capos y los narcos>>.

¡Qué infamia!  ¡Qué desazón!  Libertariamente presos en propia casa, en nuestros trabajos, en nuestros terruños, a merced de los incorporados “votantes flotantes” -echados a suertes- desde otras latitudes y generosamente recibidos por los que ahora se jactan de tener más dinero que otros, incluso sin haber trabajado como aquellos.

Va siendo hora de poner fin al vandalismo. ¡A como dé lugar! Sí, el estado es incapaz de defender y cuidar a sus connacionales… sin que signifique en modo alguno un llamado al desorden y la desobediencia, menos aún a la alteración del orden público, deberemos seriamente pensar en hacernos de un arma, ahora que está abierta esa posibilidad de tenencia, para protegernos y repeler las amenazas, las agresiones y los maltratos.

No terminamos de advertir que este escenario que habitamos es la antesala al infierno que se nos vendrá de aquí en poco, si seguimos alentando la duda y creyendo en cucos. Los malos siempre serán los malos, independientemente que se vistan o no de ovejas e intenten confundirnos con sus balidos de nostalgia y victimización.

¿Acaso diez años no fueron suficientes para conocer, palpar y sentir el rigor de sus fechorías y la voracidad de sus hambres atrasadas hasta colmarse de bonanza con sus apropiaciones indebidas?

¿Acaso no somos testigos -en el día a día- de las actuaciones de sus más conspicuos seguidores enquistados en la administración pública y sobre todo en los órganos jurisdiccionales, postrados de hinojos y sirviendo a sus intereses sin ni siquiera inmutarse?

El primer paso en ese requerimiento urgente para interrumpir la barbarie y la violencia y evitar caer en las garras del “multilateralismo de izquierdas” es elegir bien. Es elegir con conciencia social. Es elegir pensando en todos y no solo en su mezquina conveniencia. Elegir pensando en el futuro de hijos y nietos y en la necesidad de agregar certeza a las oportunidades y potencialidades bajo una estructura predecible y realista.

Basta de mentiras escudadas en los cánticos agoreros de una seudo revolución amañada de aparentes reivindicaciones, mientras sus dirigentes, conviven sometidos a los caprichos de otros -como ellos- que disfrutan de las delicias del poder sobre montados en los hombros del desvalido y ciego votante que se contenta con una migaja endulzada con brebaje.

Por un Ecuador para todos, mi voto jamás será por ellos, por los que se rifaron el país y vuelven por más. (O)

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