La Reina / Esteban Torres Cobo
Entre las recomendaciones que los estudiantes guías daban a los que llegaban a instalarse para estudiar la maestría en la Universidad de Londres había una muy curiosa: “nunca hables mal de la Reina en el metro o en el bus”. El guía, normalmente un chino o un indú que presentaba aún más retos de entendimiento para un latino con inglés norteamericano, enseñaba el campus, las residencias de estudiantes y daba tips de sobrevivencia en la gran capital del mundo. Pero esa recomendación era por demás insólita. Cuando al que nos guiaba le pregunté por qué, la respuesta fue muy sencilla: “los londinenses la sienten como su madre”.
En general, los británicos la sentían como su madre. O como su abuela. La admiración que se sentía por la figura real distaba mucho de lo que normalmente se especulaba fuera de Inglaterra. De hecho, en todo el año que estuve en Londres no recuerdo haberme topado con alguien que criticase a la Reina o, en general, a la Familia Real. La ciudad mas bien está inundada de souvenirs y de imitadores sobre todo lo que tiene que ver con la realeza británica.
Quizás la razón más notable es que la admiración, el respeto y el cariño fue el resultado de que la Reina se haya comportado con rectitud durante todo su reinado, a pesar de todos los incendios que la rodearon a lo largo de su vida. La Reina fue siempre la sobriedad británica y el equilibrio institucional en las peores crisis políticas y sociales. Muchos la conocimos a fondo recién con la magnífica serie “The Crown” en Netflix, en parte por la discreción y poca publicidad de lo que sucedía con las vidas privadas de algunas personas de la Familia Real, con ella a la cabeza, por supuesto.
¿Vivirá la monarquía británica más allá de su muerte? Lo más seguro es que sí. Fue ella quién se encargó de que su pueblo entienda la importancia de que exista algo que aparentemente es de otros tiempos. Y que marcó, al menos para su hijo y nieto, una línea de existencia real que debería ser replicada si la Casa Windsor quiere permanecer. El Rey, que llega viejo al trono, se ha moldeado por el estilo de su madre.