La sirena de los Padres Josefinos: la memoria oral / Jéssica Torres Lescano
Nos encontramos a minutos de conversar con el Padre Francisco Arturo Sotomayor Gálvez de laCongregación de Josefinos de Murialdo instalada estratégicamente en el lugar durante la Misióndel Napo.Recorremos las instalaciones, transitamos pasillos, subimos algunas gradas. El PadreArturo que cuentacon 92 años de edad nos recibe con amabilidad y comienzan a evocarse losrecuerdos.
Recordar viene del latín “recordis” que significa volver a pasar por el corazón y con la narracióndel Padre Arturo nos desprendemos del presente y nos situamos a mediados del siglo XX en unAmbato en expansión. Parte de explorar la sirena es representar el sector y sus alrededores: “estacasa era la últimade la ciudad […] era un desierto un arenal donde que no había agua”(Testimonio, 27 de abril del 2021). El florecimiento de los pocos huertos existentes se debía alpaso de la acequia Lalama. Nos acerca un libro de la estantería, abre una de sus páginas yleemos:
“para todo ambateño, una de sus mayores atracciones consistía en subir y visitar “La Loma” […]La Lomatenía un no sé qué de atractivo. ¿Cuál? Una iglesia pequeña pero devota. Unos Padresque reunían ycatequizaban a los niños pobres de la ciudad. Unos patios arenosos, pero llenos demuchachos que jugaban con una pelota de trapo, envueltos en una nube de polvo” (MonseñorSpiller Maximiliano Historia de la Misión Josefina del Napo, 101).
“La Loma”, no tan poblada como la conocemos ahora, era el sitio de formación de misioneros ya la vez un mirador para divisar la urbe. Con estas primeras imágenes, el padre Arturo decidecontarnos lo acontecido el viernes 5 de agosto de 1949: “más o menos a las dos de la tarde huboun temblor muy fuerte entonces todo el mundo salimos a los patios […] regresábamos a nuestrostrabajos a nuestras labores y entonces vino el terremoto, una cosa impresionante” (Testimonio,27 de abril del 2021). Luego, la descripción del estado de las casas, de la iglesia, la polvaredavista de La Loma, los heridos y los muertos.
El reloj ubicado en la Iglesia La Matriz se detuvo con el terremoto lo que llevó al ConcejoCantonal a la decisión de instalar una sirena. Como señala el Padre Arturo “en ese tiempo laspersonas no tenían relojvivían de lo que las autoridades podían darles” (Testimonio,27 de abrildel 2021). Brevemente se instalóuna torre de madera “uno de los estudiantes era el encargado deir a tocar a las seis de la mañana, al medio día y a las seis de la tarde y prácticamente lapoblación se regía con eso, los obreros […] y de igual manera las escuelas y los colegios”(Testimonio 27 de abril del 2021).
La conversación finaliza y una vez afuera del lugar repensamos en la relevancia de lostestimonios como complemento de las fuentes escritas. La población recuerda el sonido de lasirena calificándolo como“inigualable e inconfundible”. De esta forma, los signos sonoros apesar de ser efímeros se almacenan en la memoria individual y colectiva promoviendo focos deidentidad y afectividad (Le Breton 2007); y los lugares de la memoria son evocados a través de los testimonios. (O)