La trilla / Pedro Reino Garcés
Las cabizbajas indias, han barrido las eras con sus escobas de rematas y con sus propias crenchas. El suelo está limpio como un cielo para que pise taita Dios sin sus sandalias. Las eras redondean el sueño de los pájaros graneros que alistan los pequeños trojes de sus buches, aladeando sus cantos, arrinconando las piedrecillas en el camuflaje de sus plumas.
En Samanga están listos los cincuenta cueros de vaca para ir amontonando el grano del trigo y la cebada. Están listos los costales arroberos y los de fanega que, en huarcuchi, han de cargar jipando las más recias mulas. Están listas las palas de trinche hechas con largos palos de alisos para lanzar al viento los rastrojos. En las eras del patrón están listas las yuntas que han de girar sobre sí mismas buscando la redondez del mundo, mientras pisotean las olas de esos mares de trigo y de cebada. Está más listo el sol lleno de peines para ir desenredando y desgranando las espigas.
En derredor de las eras hay muros de indias y cangahuas que a veces sueñan que están cansadas de ser piedras. Están sentadas juntando su barro vivo al de su tierra eterna. Ellas saben que son del mismo barro. Están en espera que las levante el viento de la tarde para aventar la trilla. Son indias que viven del viento; son huarmis que bailan con ligeras alas según los vientos; que tienen hijos de cualquier viento y que se irán por sus horizontes a escarbar en la muerte los extraños silbidos de sus vientos.
A veces viene el bombo y el pingullo a revolotear sus cantos; mientras los bueyes, los caballos o las mulas muyundeanpisoteando las gavillas, las brazadas, las cargas o las mulas de trigo y de cebada que entran en las eras. A veces hay mote de maíz y mote de alverja para comer con las papas locreras y beber con chicha de quinua. Hay veces como éstas en que el patrón llega con alegría y sin polainas; “con sus calzones color de perla y todo ya usados; con la otra casaqueta azul con su chupa, y la dicha, con su punta de oro”. No ha venido en caballo sino en mula.
Y también está contento el mayordomo, que todos saben que es hijo de la alegría de las eras. Que tiene barbas de trigo maduro sembradas en su cara de cangahua india. Que viste poncho de cuello y no usa capa como su padre. Que tiene los ojos verdes de tanto cuidar las pampas de Samanga. Que sabe lo que le ha pasado a su madre y no lo dice.
Llega a bendecir la trilla taita cura. Llega: lanza que lanza agua bendita a todas partes: A las tortolitas que con los granos cosechados se han quedado mansas; a las huarmis que saben fecundar los granos de Dios en cualquier tierra; y les tira su agüita a las más listas, a las pispitillas que se ríen de sus sotanas. Les tira a esas que saben que esas ropas estorban al desabotonar el tiempo. Así quedan bendecidas mientras averiguan los misterios de la vida.
Salen ebrios los bueyes, los caballos y las mulas de las eras. Van ebrios de dar las vueltas. Entra el viento a desafiar las palas que bailan la cosecha y caen los granos desde el cielo. Los cueros se repletan de recompensados sueños. San Francisco bendito, dicen todos. Los indios van llenando costales y costales. Otros acinchan los aparejos a las mulas, ajustan los garabatos y las betas y se van con sus recuas cargadas a los trojes de la hacienda. Saben que es ahí donde se sepulta la alegría, porque las trojes son los santuarios de la usura. (Tomado de mi novela El Reclinatorio de Oro). (O)