La Vida / Mirian Delgado Palma

Columnistas, Opinión



La vida es un horizonte de tiempo, en cuyo camino su actor va escribiendo la historia de su existencia: alegrías y dolores, risas y llantos, ilusiones y esperanzas, éxitos y fracasos, amor y desamor. Estas dulces y amargas experiencias constituyen la belleza de la vida.

La vida tiene dos facetas: la parte material y la más elevada que es la parte espiritual que constituye la luz en nuestro largo o corto camino, que nos guía con paso firme e inexorable hacia un orden superior, capitaneado y dirigido por aquel “Ser Supremo” que nos provee de fortaleza, amor y paz espiritual; y, que nos dio su identidad a través del soplo divino.

Precisa revelar que los seres humanos, en su gran mayoría nos hemos dejado guiar por las frívolas apariencias y ambiciones desmedidas. La vanidad de nuestro ego ha batallado siempre por el bienestar personal; pero jamás hemos dejado un boquete para que nuestros hermanos vulnerables respiren del mismo oxígeno al que todos tenemos derecho por “Amor Divino”.  Por el contrario, los hemos enclaustrado en el dolor y la miseria.

Hemos sido muy reacios para dejar traspasar la luz divina a nuestros propios corazones, que alumbre los caminos del bien común y sepulte las tinieblas de la abulia y la apatía en las que habitamos, que veamos la luz de la hermandad y de la solidaridad.

La advertencia Divina, el mensaje iracundo de la naturaleza, representan lenguajes puros y desesperados que nos invitan a una exhaustiva revisión de nuestros roles en el escenario de la vida. Nos hemos mantenido tan enamorados del drama de nuestras vidas, que nos han convertido en verdaderos robots: sin alma, sin corazón, sin esperanza, ni fe; es un reflejo del drama de nuestra vida interior. ¡Que grave!

La indecencia y la corrupción; y, todos aquellos actos que atenta en contra de la moral, la ética y la “Ley Divina”, han dibujado hoy el peor paisaje de la vida terrenal, en donde las tinieblas de la oscuridad y el mal son acariciados con vehemencia por aquellos corazones fatuos y vacíos que han puesto sus objetivos y metas en los bienes terrenales.

La pandemia, que hoy nos tiene abierta las puertas a la muerte, nos ha llevado a mantenernos en un estado perenne de miedo: miedo a lo desconocido, miedo al dolor de la muerte, miedo de sentirnos poca cosa frente a la Majestad Divina. La venida de Jesucristo no fue para imponernos miedo; por el contrario, nos trajo un mensaje de amor. Fue para que lo imitáramos como modelos y heraldos en el camino de la verdad.

Mucha gente ha puesto a Dios a kilómetros de distancia de ellos. Los resultados son muy objetivos y elocuentes. Hemos entregado nuestro poder a las cosas triviales, en detrimento del “Poder Divino”, dueño del hombre y del universo. ¡No hay milagros, sin Dios!

Necesitamos reconectarnos con el “Poder Divino”. Estamos conscientes que todas las lecciones de la vida involucran un “cambio”, nos exige rendirnos a la realidad en la que estamos viviendo, dejar de usar nuestras capacidades como controladores y manipuladores del mundo. Debemos volver los ojos a lo Sagrado de la vida, que nos dé una luz de esperanza, y esa Fuerza Suprema para gobernantes y gobernados, que todo va a salir bien y en el tiempo perfecto. Aprendamos a caminar por la vida con una Fe absoluta puesta la mirada en el Creador. (O)

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