Ladera abajo / Guillermo Tapia Nicola
La insistencia en transgredir y desoír los llamados de atención de la naturaleza, nos conduce a tropezarnos más de una vez con la misma piedra, sin hacer el esfuerzo para escarmentar y corregir a tiempo, esa actitud de que me importismo tan arraigada en nuestros comportamientos ciudadanos – sin ciudadanía.
¿Por qué la afirmación precedente? Simplemente, porque hace cuarenta y más años, en el mismo sector de la calle La Gasca, ocurrió un episodio similar: en gravedad, contenido e impacto al medio ambiente, a la ciudad y a la tranquilidad de los quiteños.
Entonces, como ahora, luces, sirenas, militares, rescatistas, bomberos y cuánta ayuda fuere menester se hizo presente para atender la catástrofe, identificar las víctimas, retirar lodo, escombros, postes, basura, piedras, vehículos y más bienes arrastrados por el aluvión, y entonces se habló de ajustes urgentes y de controles en quebradas y laderas, construcciones y viaductos, para evitar que se suceda otra tragedia.
Hoy, como antes, pasado el susto se volverá a hablar de propuestas, enmiendas y acomodos en las ordenanzas, en los procesos de planificación, en el uso, vocación y protección del suelo urbano y sus zonas de expansión, amén de atestiguar la existencia de una ley privativa sobre la materia, y una “Superintendencia” de ausencia notoria y lamentable.
Las laderas del Pichincha, de por sí -tentadoras, convocantes, desafiantes- para escalar, para llegar a Cruz Loma y mirar el horizonte y extasiarse con la ciudad extendida a los pies, son por igual: desafió de supervivencia y apropiación para espontáneos barrios, que surgen al abrigo de la necesidad de vivienda, cuando no, amparados por “autorizaciones municipales inconsultas” y contradictorias con sus propias normativas para el cuidado y protección del cinturón verde.
Por ello insistiré en señalar que «cuando corregir significa aceptar tus preferencias, la acción de quien enmienda… equivale a traicionar sus convicciones».
Las culpas llegarán de a poco y los afectados -más solos que nunca- se refugiarán entre gritos desgarradores, esperanza y promesa, con el dolor de las ausencias y las imágenes de gente asustada y expuesta, ante una mezcla de agua y tierra revoloteando a gran velocidad, ladera abajo, arrasando con todo a su paso, sin respetar vidas ni bienes.
Las culpas recuperarán la historia y atestiguarán los desatinos, las imprudencias y las omisiones de autoridades locales y nacionales que se distrajeron con el discurso y olvidaron la tarea que estaban llamadas realizar, en prevención del crecimiento desordenado y la seguridad ciudadana.
Los sueños se habrán esfumado de la memoria de quienes, despreocupados, jugaban en la cancha o caminaban de vuelta a casa, hasta cuando fueron alcanzados por la hecatombe y pasaron a ser parte de la estadística del infortunio.
Mientras tanto, toda una propuesta de reformas al COOTAD, trabajada con especial preocupación por la Comisión Legislativa Especializada correspondiente, reposa -impaciente- desde el primer trimestre de 2021 ser conocida, debatida y resuelta en la Asamblea Nacional.
¿Será que la desgracia activa el trabajo pendiente?… (O)