Las huestes del odio

Columnistas, Opinión

El tiempo y la urgencia facilitan el acceso a visiones, posiciones, recomendaciones y sugerencias -de todos los matices- así como a un creciente número de entendidos y consultores políticos cuya presencia en medios no solo que ha proliferado, sino que se ha constituido en un fenómeno recurrente e impostergable sobre seguridad pública.

Escuchar con atención algunas de sus tesis e intentar advertir o por lo menos entender el énfasis puesto en su “centro de gravedad” (tema harto difícil), no deja más que acogerse a sus narrativas correlacionadas que terminan por acuñar frases como “los actores delictivos no tienen miedo a los operativos sino a la judicialización y a la certeza de la pena”. Advertencia que supera instancias policiales y deriva atención en cortes, jueces y fiscales.

Más preocupante, percibir que sin ambajes señalan que “a pesar de dinámicas de mano dura, no encontramos la solución para controlar la problemática de la seguridad pública” sin embargo de enfatizar que la influencia de esas “huestes de odio” llamadas narcos, son de tal naturaleza y magnitud que, en cifras, “mueven tanto o más dinero, armamento y bienes que el presupuesto anual y la institucionalidad del propio estado”.

¿Qué esperar entonces como ciudadano? 

Si no hay investigación sólida que lleve a la judicialización efectiva, concrete una condena y cumplimiento de penas que impidan a los delincuentes seguir actuando con impunidad.

Si la felicidad del éxito de intervenciones gubernamentales para disolver bandas de grupos delincuenciales organizados -en su opinión- es apenas condición efímera, que fracasa en un sistema judicial ineficiente y desentendido de la ley.

Porque los operativos terminan siendo -según opinan- “medidas temporales sin impacto real en la criminalidad” en tanto lo que realmente disuade el crimen “es la certeza de que serán atrapados, procesados y castigados”.

Lo expresado, invita a pensar que esa verborrea sugerente de ‘consultoría en seguridad’ probablemente no busque sino confundir a la sociedad y desgastar a un gobierno empeñado en cambiar aciagos días de una comunidad que confía en él, en sus virtudes y en sus capacidades.

De ser así, los discursos acomodarán su verbo al escenario post electoral en el que, eventualmente, podrían ser necesarias parafernalias y vítores triunfalistas, en caso de resultar ciertas “sus presunciones y pretensiones”.

¡Vuélvete anti frágil, o perece! Parece ser el desafío.

Ciudadanía, policía, fuerzas armadas y grupos de intervención y apoyo de países amigos, deberán no solo redoblar esfuerzos, sino, apuntar al saneamiento definitivo de la patria a partir de la eliminación total de bandas narcodelictivas y criminales avezados que vinculan a niños y jóvenes en los grupos delincuenciales.

Urgidos de hacer -como hasta ahora- lo imposible para evitar que aquellos se empoderen y fortalezcan bajo el amparo y tutelaje de políticos desvergonzados, ávidos de poder, que buscan regresar para saciar sus ansias incompletas, porque pecan de los mismos vicios y cojean del mismo pie. (O)

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