Las huiragchuras de Quinuales / Pedro Reino
En la nueva hacienda de Quimbana han quedado arrinconados por familias los huanacos, las llamas, las alpacas, las vicuñas. De igual modo sus pastores los pishilatas, los collanas, los guapantes, los canimpos, los yatsiles y los de tilitusa. Ahora todos son ovejas de la tierra que se han quedado rumiando historias confundidas entre las mashuas amarillas, los millocos colorados y las quinuas, las que también son gusanitos de todos los colores que se comen los pájaros para cantar con pinturas en los atardeceres.
En Quimbana, que se va de los caminos de Píllaro, las lomas han derrumbado el horizonte contra el suelo por el peso de los quinuales. Las huarmis también están rellenas de quinua como las huiragchuras, y se han vestido con sus mazorquitas verdes, amarillas, rosadas y moradas para dormir soñando menuditas historias en las afueras de la hacienda que ahora ya no es de “propiedad del difunto Martín Muñoz Remusgo que compró en cantidad de 360 pesos para situar en ellos ganado vacuno”.
Las huiragchuras ya saben que “al pie de estos sitios compró el difunto Martín unos terrenos llamados Quinbana y Sintumí al general don Juan García de Granda por 1.350 pesos”. Ellas, las huiragchuras también han tenido por cierto que los Quinuales, Quimbana y Sintumi ahora son propiedad del muy poderoso señor que vive en la villa de Hambato don Phelipe del Castillo, el que llegó un día hasta Quimbana a “dejar corrientes trecientas cabezas, poco más o menos, entre toros, vacas y crías”.
Se les advirtió a todos los pájaros, a los animales del monte, a los huanacos, alpacas, llamas y vicuñas; a los osos de anteojos, a las cervicabras, al venado de rabo blanco y a los sacha cuyes; también a los indios sachas, que hay nuevos linderos para que no fueran a invadir la propiedad privada. “Por un lado la sanja de Ollero; por la cabecera el pungui Angas cocha; por otro lado el pongo y la laguna de Aluleo, la loma de Quimbana y una acequia que sale de dos lagunitas que cae al monte; por el que la bolsa y el potrerillo que da vista a Cusatagua. Lo dicho declara por sus bienes en la memoria”. Las huiragchuras se ríen porque los escribanos han puesto palabras que no les sirven para designar “entradas”. En una parte han puesto pungui y en otra, pongo. Ellas conocen por dónde son los pungu que los nuevos dueños desconocen.
“Iten deja declarado que al pie de estos sitios compró unos (terrenos) llamados Quinbana y Sintumí al general don Juan García de Granda por 1.350 pesos, sin cabeza alguna de ganado, y que en ellos paran actualmente las mencionadas cabezas de arriba de los sitios Quinoales, como también los bueyes de arada pertenecientes a la hacienda de Pondoa y Samanga, con las yeguas y borricos de dichos sitios. Lo declara por sus bienes”.
Las alpacas, llenas de susto, tiemblan con la ternura al filo de sus labios, más que las llamas que escupen enojadas como sus runasbravos. Los guanacos van y vienen de las lagunas de Aluleo vestidos de impermeables lanas, más densas que las neblinas de los Llanganates. Las vicuñitas frágiles buscan las piedras coloradas y las quinuas amarillas para esconderse de los cóndores y de los mayordomos que han llegado con sus escopetas.
Son más de mil doscientos cascos partidos los que suben pisoteando los quinuales. Son más de seiscientos cuernos de todo porte que exhiben los toros y sus vacas que embisten al viento y llegan a conquistar Quimbana y sus quinuales. A su paso todo queda pisoteado: Todo el horizonte se ha ido contra el suelo, con las matas de quinua que han salido a esperar al sol, parándose sobre las piedras, sobre los matorrales, sobre los terrones, sobre los barrancos, sobre los huaicos y quebradas donde han reconocido las marcas de tierra negra. Todo ha quedado pisoteado hasta ahora, y envuelto con majada.