LAS MANOS EN EL FUEGO

Columnistas

Poner las manos en el fuego es una frase usada para describir la confianza plena en una persona. Durante los juicios realizado en la Edad Media en Europa, un acusado debía sujetar hierros candentes o introducir las manos en una hoguera. Si resultaba intacto o con pocas heridas, significaba que Dios lo consideraba inocente.

La historia política de Ecuador cuenta con variados episodios donde algunas autoridades elegidas por el voto popular han protegido a familiares, amigos, partidarios, colaboradores, mecenas o coidearios. Más de uno ha salido con múltiples quemaduras de diversos grados, arrepentidos o se han quedado silenciosos al ser confrontados con la verdad.

Durante los años 90, una nieta del expresidente Sixto Durán-Ballén, Emma Lucía, ganó fama gracias al caso Flores y Miel. En 1996, un magistrado dictó orden de prisión contra ella y sus suegros. Como era previsible, el abuelo puso las manos en el fuego por su nieta durante todo el proceso. El caso estaría abierto hasta hoy. El peculado no prescribe.

El exmandatario y coronel Lucio Gutiérrez, también expuso sus extremidades superiores a las llamas en favor de su cuñado, Napoleón Villa, señalado en acciones que causaron problemas al Ejecutivo. El nombre del pariente del mandatario apareció, entre otras cosas, presuntamente vinculado en el caso Aniversario. Inclusive, debió presentarse frente a una fiscalía antinarcóticos. Hoy poco o nada se sabe.

Algo similar a lo que hizo el exmandatario Rafael Correa al defender y homenajear a su primo, Pedro Delgado, ex expresidente del Directorio del Banco Central de Ecuador, quien abandonó el territorio nacional en diciembre de 2012, después de reconocer que ejercía la profesión con un título de economista falso.

Lo más reciente, después de conocer la condena al cuñado del exmandatario Guillermo Lasso, Danilo Carrera, por delincuencia organizada, a 10 años de prisión, es importante recordar que también el ahora sentenciado recibió el respaldo absoluto del gobierno desde el palacio presidencial.

No siempre es buena idea poner las manos en el fuego por alguien o por lo menos es necesario pensarlo muchas veces. Hay personas cuya honestidad, integridad, honradez y rectitud son incuestionables. Por ellos vale la pena arriesgarse. Yo lo hago con cierta frecuencia. No obstante, cada vez resulta más difícil defender a alguien vinculado al poder y a la política. Podríamos salir incendiados.

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