Dos vertientes de un único amor / P. Hugo Cisneros
Segunda vertiente del amor: el prójimo
No podemos decir que «amamos a Dios, a quien no vemos, si no amamos al hermano a quien vemos». Para Jesús hay cosas bien claras en lo que se refiere al amor al prójimo:
Es incompleto el amor del hombre si no se proyecta al prójimo, al semejante, al vecino, al cercano, al que me odia, al desconocido, al indiferente al de la otra religión; simplemente, al otro.
Amar al otro es quererle bien, sin esperar nada a cambio; es buscar su bienestar, sin ningún interés, por el simple hecho de ser «el otro».
Dentro del contexto del mensaje de Jesús, ese otro será el parámetro del juicio final y será quien me salve o me condene. Amar al otro es amar su propia salvación, es construir su destino final y eterno: “Venid, benditos de mi padre porque tuve hambre y me disteis…¿Cuándo, Señor, te vimos hambriento…? Cuando lo hicisteis a uno de estos mis pequeños».
Cristo quiere que ese amor al otro esté dentro de la medida «del amor a nosotros mísmos»: amar al otro como a nosotros mismos: «No devolver mal con mal»; «no hacer al otro lo que no queremos que nos hagan a nosotros”, no juzgarlo, porque no nos gusta ser juzgados». «Sobrellevándonos unos a otros».
Finalmente, ese «otro» es un «absoluto» como es «Absoluto» Dios-otro de tal manera que todo tiene «referencia al otro»: El sábado (lo más sagrado) está para el hombre, para el otro y no el hombre, el otro, para el sábado (lª. Lect.).
Nuestro compromiso
Educarnos para el amor, es el grave compromiso, pues del amor que vivímos depende nuestra salvación: amar a Dios desde nuestra radicalidad y absolutez, y amar al prójimo, al menos como a nosotros mismos. (O)