Qué difícil es pedir perdón y perdonar / P. Hugo Cisneros
Después de una lectura reposada del Evangelio de hoy, he sentido la necesidad de mirar para adentro de mí mismo y fijarme con calma en con quiénes me sentía yo distanciado u ofendido, herido, incómodo, molesto… y por qué. Y había más nombres de lo que a primera vista se me habría ocurrido pensar. He preferido centrarme en cuándo me había sentido últimamente ofendido, por quién y qué efectos y reacciones había producía esa situación en mí. Unas habían tenido un final «feliz», pero otras… ahí seguían enquistadas.
Cuando más duele es al sentirnos defraudados por aquellos que más te importan, de quienes esperabas un apoyo, un detalle, una llamada, un gesto… Y resultó que no. Esperábamos de ellos otra cosa. Debieran saber que… podían imaginar que… lo lógico era que… Pero resultó que no.
*Pedir perdón no significa decir que «lo que me has hecho no tiene ninguna importancia».
Pedir perdón no quiere decir que automáticamente se cierren las heridas, que aquí no ha pasado nada y que ya está todo aclarado y ya eres de nuevo mi hermano del alma. Algunas veces se necesita algo de tiempo, puede que mucho. No por echar agua oxigenada en una herida, ésta se cura de golpe. Las cicatrices exigen paciencia y cuidados. Tal vez las cosas nunca vuelvan a ser como antes. Es posible que los problemas sigan ahí. Pero no por eso hay que pensar que el perdón sea falso o incompleto.
*Pedir perdón, según las lecturas de hoy, significa negarse a que los comportamientos de los demás provoquen en mí actitudes y comportamientos que me hacen daño. Porque entonces me han vencido. No les voy a devolver «lo que se merecen». No.
Pedir perdón no es un acto de debilidad o de rendición, sino un acto de fuerza. Porque me enfrento con todo aquello que quiero arrancar de mí, y porque decido tratar a los otros de manera nueva, constructiva, diferente a como he sentido yo tratado.
*Y sobre todo pedir perdón es la consecuencia de haber experimentado yo mismo el perdón. Es decir, verme acogido y querido a pesar de mis errores y limitaciones, y dejándome la posibilidad de que cambie lo que sea, si es que soy capaz.
*Seguramente nos falta experimentar con más frecuencia el perdón de Dios, para sentirnos con más necesidad de perdonar. Los fariseos eran tan perfectos y autoexigentes que eran incapaces de compasión y misericordia. Don Perfecto siempre machaca a los Imperfectos. Y don Perfecto siempre está cegato, porque Perfecto sólo es Dios. Y esa perfección le hace misericordioso. (O)