Lecturas dominicales / P. Hugo Cisneros C.
LA BOTA ESPAÑOLA Y EL ESPÍRITU SANTO
Hoy es fiesta de Pentecostés, el misterio del cumplimiento de la promesa que Cristo hiciera a sus apóstoles de enviarles el don del Padre que es el Espíritu Santo.
LA BOTA ESPAÑOLA
Nos resulta difícil hablar del Espíritu Santo. Hay algo que es importante dentro de la narración bíblica: El Espíritu Santo aparece como FUEGO purificador, como PODER de cambio en las personas; El Espíritu Santo parece como el gran DON DEL PADRE por petición de su Hijo Jesucristo. Aparece, como el MÓVIL de la vida de los cristianos, es el bautizo con el Espíritu que afirma y fortalece la fe y el compromiso apostólico.
Al preparar esta reflexión vi, en la pared de mi pieza, colgada como grato recuerdo una bota española y asocie con el Espíritu Santo.
La bota es un recipiente para contener un buen licor. La bota recibe ese regalo, lo conserva, mantiene su perfume, su exquisitez, conserva su sabor, y lo añeja. Podríamos decir que entre la bota y el licor se establece una intimidad muy grande a tal punto que el licor se saborea mejor según la bota que lo contiene y la bota vale de acuerdo al licor que guarda. Pero se completa el asunto cuando la bota puede “gratuitamente” ofrecer el licor a los demás y brindar a su salud.
EL ESPÍRITU SANTO
El Espíritu Santo, don del Padre, ha querido escoger como su “recipiente”, el interior de cada uno de nosotros y viene, como ese licor espiritual y nos llena con sus gracias y sus dones. Allí está esa capacidad de saber ayudar a los otros con el consejo que guía, que apoya. El Espíritu Santo viene con toda esa sabiduría que nos empuja a saber manejarnos y saborear la vida y la existencia; Que bueno es el Espíritu que fortalece nuestra voluntad, que nos da esa ciencia que nos ayuda a distinguir el bien del mal y a escoger siempre; el bien, El Espíritu que habita en nosotros, en esa última comunión nos ayuda a descubrir nuestra situación de hijos que nos lleva a tener un temor filial al Padre Dios.
El Espíritu Santo quiere que entremos con él en ultima relación, como el licor con la bota que lo contiene. Es una intimidad que arranca de la práctica de la oración, de la práctica de la lectura de la Palabra de Dios y sobre todo de la práctica del abandono a su “fuerza que nos mueve”, a su “fuego que nos purifica”, a la “fuerza de su viento que nos transforma”.
DESBORDAMOS AL ESPÍRITU SANTO
Queridos hermanos, finalmente, el tener al Espíritu Santo en nuestro interior, convertidos en su templo y en su morada no servirá de nada si no lo desbordamos y lo brindamos a la salud de los demás.
El evangelio de hoy nos señala como debemos desbordar al Espíritu Santo para ser salud para los demás:
Debemos ser servidores de la paz, no sólo de aquella que debe estar presente en cada uno de nosotros en nuestro interior, sino aquella paz del hogar, de la sociedad y del mundo. Es una paz que abarca el campo de la justicia, de la libertad, de la solidaridad humana, de la construcción del amor y de la concordia.
El evangelio nos pide que desbordemos el compromiso de reconciliación. Somos personas, que por el Espíritu Santo, debemos ser portadores de reconciliación. Nuestro paso por la tierra debe ir sembrando ese acercamiento del hombre, nuestro semejante con Dios. La reconciliación entre los hombres comenzando por nuestro hogar.
Y finalmente estamos para desbordar la alegría que nos da el Espíritu Santo que es satisfacción por el deber cumplido, por la caridad entregada a los demás. (O)