Lenín llegó a patear el Tablero / Mario Fernando Barona
Tal vez el símil más preciso para graficar lo que ocurre en la política ecuatoriana es que Lenín vino a patear el tablero, y no lo hizo figurativamente, lo hizo literalmente, porque si ganaba las elecciones Guillermo Lasso lo que pasaba era que los actores políticos seguían jugando en el mismo tablero, con todas las piezas sometidas a un solo bando (el de Rafael Correa), con el mismo jugador haciendo de juez y dictando las reglas a su conveniencia, con la reina y el rey secuestrados y los peones, alfiles, torres y caballos muertos o subyugados. A Lasso no le quedaba otra opción que sentarse a jugar en esas condiciones.
Lo que Correa buscaba era un peón que llegase al final del tablero y se convirtiera en la pieza que él eligiera, y lo consiguió con Lenín, era su vasallo perfecto, era el peón más adecuado para continuar con ese juego arreglado. Sin embargo, nadie, ni el más optimista opositor, se esperó una reacción tan audaz y brusca, tan contundente e insospechada del flamante ajedrecista. Sí, nadie se esperó que Lenín, aquel peón ahora convertido en la pieza más importante, llegue a patear el tablero, a lanzar todas las fichas al suelo y a comenzar otro juego desde cero.
Esto sorprendió a todo el mundo, sobre todo a sus antiguos compañeros que aún después de ocho meses no llegan a comprender ni a aceptar semejante traición. Pero no es todo, los primeros movimientos del novel ajedrecista han sido tan certeros y atinados que aquellas piezas sometidas al poder correísta ya comienzan a respirar el aire de un juego limpio, ya se mueven con libertad, ya saben que si mueren será por sus propios errores y no por el capricho del otrora dictador del tablero.
Antes, muchos espectadores (tal vez la mayoría) se aburrieron de ver un juego arreglado, pobre de iniciativas, falto de estrategia y nulo en combate limpio, y se fueron, ya no les interesaba ver siempre ganar al mismo (y con trampa). No cabe duda que ahora millones de espectadores ven con regocijo y simpatía esta nueva partida, solo es cuestión de volver la mirada e identificar los rostros en torno al tablero, ahora sí se vive un juego emocionante, ahora sí cada uno grita con libertad vivando a su jugador, ahora sí hay un combate transparente, ahora sí hay piezas depuestas de lado y lado. Eso es decencia, eso es integridad, eso es democracia.
Como consecuencia de esta autodepuración, y al mismo tiempo que van moviéndose desenvueltamente por las sesenta y cuatro casillas del tablero, cada uno de los trebejos comienzan poco a poco -ya sin miedo de ser removidos- a señalar los abusos y atropellos de aquellos que dominaron y se adueñaron del tablero por diez años. Pasará mucho tiempo hasta fiscalizar cada movimiento de todas y cada una de las dieciséis piezas del correísmo, pero sobre todo la del rey. (O)
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