Libertad política / Jaime Guevara Sánchez
Cuando hacemos todos los esfuerzos por afincarnos en ideas de trabajo, de superación, de familia, de progreso; nos despierta la realidad de los sinsabores políticos y sociales de todos los días. Otra vez estamos a fojas uno. Entonces, volveremos a comenzar casi desde cero. Metemos energía a nuestros proyectos con la esperanza de un nuevo día, prometedor, optimista.
Lamentablemente, uno es el escenario del mundo, de la sociedad, la realidad del pueblo. Otro, diametralmente diferente, es el teatro de la práctica política, de la inestabilidad prefabricada dirigida a un solo objetivo, los intereses monetarios, nada éticos, de todos los colores. Cuando se repite hasta el cansancio que la democracia es el menos malo de los gobiernos, se está denominando democracia a la oligarquía de partidos, nuevos o viejos. Se está confesando, pero desde el poder, lo que lo hace intolerable, el mismo pesimismo antropológico de los expertos.
Se dice que es lícita, sin embargo, considero infundada, que la corrupción de los gobernantes y la servidumbre voluntaria de los gobernados son inevitables por ser así la condición humana. Pero tal opinión se convierte en ilícita y despreciable cuando sale de la boca llena de los glotones. Y es razón suficiente para exigir la rectificación de todo gobernante que piense de ese modo; porque no hay buena fe moral sin buena fe intelectual.
Y la opinión de que los pueblos no están maduros para dejar en sus manos la libertad política, o sea la democracia, sólo puede ser respetada, por triste y lamentable que fuese, cuando es expresada, desde la única posición social que la haría respetable: el estado de esclavitud. Quien esté liberado de ese sentimiento servil, aunque sólo sea de pensamiento, no puede votar por nadie que no ponga por encima de su libertad personal, el respeto a la mayor capacidad de la libertad política del pueblo. (O)