Los complejos de Rafael / Mario Fernando Barona
Rafael Correa siempre me produjo lástima porque desde su candidatura en el 2006, sus palabras, acciones y hasta sus gestos denotaban falsedad y odio. Era -y es- un individuo contaminado por la amargura y el resentimiento, y esas personas en circunstancias normales son preferible evitarlas, pero si se trata del presidente de una nación, resulta bastante más difícil porque, claro, ya no depende de uno.
Pero en fin, tuvimos que soportar por diez años los vicios de un presidente aquejado por varios complejos, y en todo ese tiempo ya pocas cosas en realidad nos llegaron a llamar la atención, y no porque no ameritaran nuestro asombro, sino porque poco a poco nos íbamos acostumbrando a sus frecuentes desvaríos y berrinches.
Es cierto cuando afirman que de una persona con estas características hay que tener mucho cuidado porque al no ser de fiar se ha de esperar lo peor, y en el caso de Correa, personaje público acostumbrado a recibir halagos y lisonjas (por su buen verbo más que por su muy cuestionada gestión) de pronto convertido en el referente de la corrupción, la delincuencia organizada y ser llamado a declarar en un juicio como presunto autor intelectual de un secuestro, era obvia entonces la reacción canallesca que tuvo en contra de su sucesor Lenín Moreno cuando hace pocos días le dijo a un medio español que: “ha sido un impostor profesional, un lobo disfrazado de cordero, sin convicciones, pero yo creo que también hay algo patológico. Algunas veces las personas que han sufrido una tragedia como la que él sufrió, él era un deportista, le metieron un balazo en la espalda y quedó condenado a una silla de ruedas, guardan una amargura, una frustración con la vida, una frustración hacia los demás que no han sufrido esa desgracia, que cuando tienen poder deforman esa amargura. Nosotros creemos que va por ahí también el asunto, porque es demasiado grave ya, es patológico”, dijo suelto de huesos Correa.
No sé si estas declaraciones finalmente sacaron a relucir lo peor de su condición humana o si aún hay más veneno en su corazón y en algún otro momento lo terminará usando como ahora, ¿quién sabe?, lo que sí es seguro es que ha quedado demostrado por enésima vez que a Correa poco le importa el juego limpio, la honestidad de proceder y la altura intelectual, él siempre se sintió cómodo usando los recursos más bajos y ruines para acabar con su opositor, tanto, que este último: usar la desgracia ajena como justificativo político, es solo una más de las tantas artimañas ejercidas por el exmandatario durante sus diez años de gestión.
Y es que tal como alguien ya lo dijo: “Un ser acomplejado es más peligroso que un ignorante, la ignorancia se combate con educación, los complejos son muy difíciles de curar.” (O)