Los dobles Discursos / Mario Fernando Barona
Los revolucionarios, defensores de los derechos humanos, se rasgan las vestiduras cada vez que pueden para hacerse de su cuarto de hora de fama. Dicen velar porque todos los seres humanos vivamos cobijados por una práctica eficaz de los derechos fundamentales, y que al ser Ley supra nacional, no debería haber persona sobre la tierra que se crea en libertad de violentarlos. Pero la realidad es otra. Muchos de aquellos revolucionarios, sí, velan por los derechos fundamentales… pero sobre todo de los del victimario, y es que a los “pobres delincuentes” no hay quién los ampare, dicen.
Fíjese usted la incongruencia a la hora de defender derechos fundamentales. Los antitaurinos, por ejemplo, provocan marchas, plantones, disturbios, violencia e incluso anteponen recursos legales -recursos que dicho sea de paso, violentan el derecho de miles de taurinos a vivir la fiesta-; ahora último festejaron una resolución que prohíbe el ingreso a las corridas de toros a menores de dieciocho años, disqué con el ánimo de precautelar su integridad sicológica al ver morir un animal. Pero esos mismos antitaurinos jamás dijeron nada ni hicieron nada frente al delito de difundir por redes sociales el video del 911 que muestra la forma sádica, cruel y brutal en la que hace pocos días murió acuchillado un taxista en Ambato. Ese sí un claro atentado a la siquis colectiva y al desarrollo sano e integral de nuestros niños, pero ahí ni una marcha ni una denuncia. Hipócritas.
Esa misma doble moral y doble discurso ronda por donde uno menos se lo imagina; en eso fueron maestros los de la Revolución Ciudadana. Pero vamos aún más allá, la semana pasada se conoció la noticia que un cura católico de Guayaquil ya estuvo señalado por prácticas indecorosas a menores en el año 2003 (hace quince años) pero la iglesia no hizo nada recién hasta el 2016 en que lo separaron. Hoy, que varias víctimas han hablado, se le preguntó a alguna autoridad eclesiástica de Guayaquil por qué habían tardado tanto, respondió que es un tema delicado que requiere mucha investigación.
Karl Marx, el padre del socialismo en el mundo, arengaba al proletariado a revelarse ante las prácticas de explotación capitalista que atentaban a la dignidad de las personas; sin embargo, vivió toda su vida de la caridad de su acaudalado amigo íntimo Friedrich Engels, socialista de nombre, capitalista en la práctica, dueño de una fábrica textil en Inglaterra en la que empleaba a cientos de personas explotadas física, sicológica y laboralmente; pero como no se puede morder la mano de quien te da de comer, Marx siempre lo ocultó. A los otros capitalistas salvajes sí, a mi amigo, no. Hipócritas. (O)