Los violentos son iguales en todas partes

Columnistas, Opinión

Indignante mirar los noticieros y la forma en que -algunos- pretenden inclinar sus percepciones respecto de temas que, superan la irracionalidad de la visión pueblerina, para insertarse en una cuestión trascendente que, debería convocar a la serenidad y a la objetividad en un análisis situacional ponderado y riguroso.

Preocupante evidenciar que los violentos siguen haciendo de las suyas. Más aún, constatar por enésima vez su forma de vivir, generando intranquilidad y muerte. Abusando de la inocencia de la gente, de la alegría de una masa de jóvenes danzando en el desierto, loando por la paz, que sorprendidos son acribillados y, de la presencia de extranjeros que, secuestrados, sirven a sus intereses de reconocimiento, intercambio e impunidad.

Novedoso y recurrente, es verlos después cómo se victimizan, cuando reciben una respuesta categórica a sus desmanes. Lo vergonzoso, cómo desde otras latitudes, desencajados y nostálgicos, los “zurdos” quieren aparecer cual redentores extendiendo sus respaldos a homicidas, a terroristas que, como ellos, se solazan cada vez que ven la tierra teñida de sangre.

Y se dicen y autodefinen: ácratas, libertarios.  ¡Qué paradoja!  Quién puede hablar de libertad y reclamar pertenencia cuando tiene las manos ensangrentadas y las pupilas fuera de las cuencas oculares, desorbitadas, confundidas -como su pensamiento- si a lo que imaginan y ejecutan sus reducidas neuronas, podría llamarse así.

Ni por mal pensamiento, levantaría mi voz en favor de los desaguisados del terrorismo de Hamás o de otros grupos que justifican su existencia en el sometimiento, en la expulsión o en la extinción de un pueblo democrático como el de Israel, o de otras comunidades con entendimiento distinto al que ellos promueven.

La violencia siempre es condenable, porque de ella nada positivo surge.

De hecho, provocar un foco de insurgencia y criminalidad en otra región del mundo que, conduzca indefectiblemente a otra guerra para convulsionar a la humanidad, tanto como, aupar asesinatos selectivos y sistemáticos para ajustar “las formas” es la viva expresión de la impotencia que tienen facciones de nacionalismos, de corruptos, de prófugos, de narcos, de los criminales que alimentan y socapan, y de los impresentables que los protegen, intentando reencausar sus “luchas” y ocultar sus parricidios entre la pobreza de opinión de sus seguidores en el mundo.

A estos grupos, todo cuanto haga falta para cambiar el rumbo de las cosas en su beneficio, sobre todo en tratándose de elecciones democráticas que las ven perdidas, es plausible y justificado, porque es la única forma a su alcance para hacerse notar y temer, por los débiles que sucumben a sus cánticos amorfos de cuestionada verdad.

Flotan en la nada, revestidos de ira, rencor y falsedad. Pagan sicarios, ajustician testigos y se ocultan intencionadamente en las sombras, esperando un nuevo amanecer después de “explosionar una bomba” que discrimine y desaparezca a sus contradictores. Es que no pueden ya vivir en sociedad. Les queda grande el vestido democrático y deben apurar el cambio que les permita llegar y permanecer sin contratiempos por todo el tiempo que les reste de vida.

Son seres patéticos, hasta en los simbolismos que adoptan y en los silogismos que persiguen.

Por eso, retomando lo nuestro, se impone la necesidad de revisar posiciones y definir adhesiones, para evitar el olor de la guerra que, solo deja escombros, cadáveres y desesperanza.

Este domingo es un día de reivindicaciones, desagravios y compensaciones.

Todo un país aguarda con paciencia al timonel que, enfilando la proa asuma el reto de conducirlo a buen puerto, sorteando oleajes, conjuros y agitaciones.

Reformar la constitución es un requerimiento inaplazable para gobernar. La forma idónea: consultar a la población. Lo óptimo, devolvernos constitucionalmente a 1998. (O)

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