Lucha insignificante por la vanidad
Ese afán desmesurado de llamar la atención conduce a las personas a realizar tareas que terminan por rebasar la paciencia y la credibilidad, llegando a abandonarse a sí mismas, al punto de perder la esperanza a causa de la desesperación.
Ciertos sectores gremiales, indígenas y políticos, la asamblea y sus legisladores se balancean en un andarivel peligroso y oscuro, cada vez que arremeten en contra del ejecutivo, sus propuestas legales y sus acciones democráticas urgentes, en salvaguarda de la seguridad, la paz y la vida.
No son los únicos, aunque aparecen como los más evidentes, y se muestran convencidos que esas actitudes les vuelve más notorios e impredecibles.
¡Cuánta equivocación! No pasan de ser, como decía Voltaire, hombres insignificantes que luchan continuamente por llamar la atención. Porque, a diferencia de lo qué piensan, los realmente importantes, tratan de pasar desapercibidos.
Avanzan, desparramados y desorientados, dispuestos a juntarse en el odio, y contraatacan a todo lo que se les ocurre. Incluso, a medidas emblemáticas de ajuste en contra de la corrupción, la narcoviolencia y los organismos de delincuencia organizada; desconociendo que esa, es la razón que aglutina a todo un pueblo en derredor del accionar gubernamental.
Enarbolan en el imaginario social, el desánimo y la idea derrotista, para fortalecer su presunción de que todo está mal y que el país no es viable, porque su miopía les impide asimilar que tenemos la gasolina más barata y uno de los sueldos básicos más altos de la región.
Su tozudez, les mantiene anclados a décadas ideologizadas superadas y por ello apuntan a desestabilizar y entorpecer el trabajo que se lleva a cabo; se aventuran a introducir ajustes que no corresponden; y, hábilmente, entretejen un ambiente y posicionamiento jurisdiccional para demeritar decretos e intervenciones militares y policiales necesarias e inaplazables.
Esa actitud, descomedida, tiende a convertirse en la cereza del pastel que desencadene una sucesión interminable de dimes y diretes que, sumada al reiterado nivel de oposición, puede conducir a decisiones irreversibles que apuren la terminación de mandatos y den paso al deseo que respiran “una nueva elección con su candidato de vuelta”.
Mientras tanto, seguimos quejándonos de todo y por todo. Inmersos en una mentalidad destructiva somos incapaces de reconocer avances y éxitos, y ni se diga, asumir una posibilidad de emulación que nos posibilite crear y desarrollar cambios positivos.
Aprendimos a victimizarnos y desatinadamente estamos convencidos que esa es la manera de acceder al progreso… de a gratis, subvencionados y cabizbajos. (O)