Luto nacional por muerte de Ignacio Ordóñez. 1893
“LUIS CORDERO, Presidente de la República del Ecuador, Considerando: Que es un deber de los Poderes públicos y de los ciudadanos tributar un homenaje de justicia y gratitud a las insignes virtudes y distinguidos merecimientos del Ilustrísimo y Reverendísimo Señor Arzobispo Doctor Don José Ignacio Ordóñez, fallecido en la fecha presente,
DECRETA: Art. 1º.- En el día de hoy y en los tres posteriores se mantendrá a media asta el Pabellón Nacional en los edificios públicos de la Arquidiócesis. Las autoridades locales respectivas procurarán que también los edificios de propiedad privada conserven banderas de duelo, durante los expresados días, a lo menos en las ciudades de la misma Arquidiócesis.
Art. 2º.- Habrá asistencia oficial de primera clase el 15 del presente, a las diez de la mañana, para la traslación del cadáver del Sr. Arzobispo, desde el palacio Metropolitano, a la iglesia Catedral, y para las exequias que se han de celebrar en ésta.
Art. 3º.- Todos los funcionarios públicos concurrirán a estas ceremonias, en traje de duelo, según el Reglamento de asistencias.
El Ministro de Negocios Eclesiásticos queda encargado de la ejecución de este Decreto.
Dado en el Palacio de Gobierno en Quito, a 14 de junio de 1893 – Luis Cordero – El Ministro de Negocios Eclesiásticos, Roberto Espinosa.” (Leyes y Decretos del Congreso de 1894, Quito, Imprenta del Gobierno, 1895, p. 156)
Montalvo murió en 1889, un 17 de enero, es decir que esto ocurrió 4 años antes de la muerte del Arzobispo que fue quien condenó la lectura de los Siete tratados, razón por la que el furibundo ensayista le dedicó un libro que debió haberle dolido: La Mercurial Eclesiástica. Montalvo debió haber sentido en ultratumba, al igual que muchos seguidores de su pensamiento, un reservado sentimiento de indignación frente a la disposición presidencial.
Ignacio Ordóñez nació en Cuenca en 1829, tres años antes que Montalvo y el destino los crió para que se enfrentaran en tan encarnizada polémica. “El arzobispo Ordóñez fue uno de los censores de la obra más importante de Juan Montalvo, los Siete tratados. El 19 de febrero de 1884, Ordóñez publicó su cuarta carta pastoral en la que condenaba la obra.7Su decisión fue ratificada por la Iglesia que lo respaldó, siendo incluido en el Index librorum prohibitorum. En más de una oportunidad el prelado quiteño respaldó ante la opinión pública que los libros condenados simulan un cesto de flores, cuando a su interior esconden veneno.
Sin embargo, al prohibir su lectura, el efecto que tuvo fue el contrario, puesto que aumentó su popularidad y terminó provocando la respuesta furibunda del autor que se concretaría en el libro Mercurial Eclesiástica, que fue uno de los escritos más anticlericales del autor. Empezando con una cita de Spinoza, prosigue a pintar el perfil de Ordóñez de manera exagerada pero que al final sería la que terminaría pasando a la historia y por lo que muchas veces es recordado «el padre Ordóñez»” (cita a la página virtual de Wikipedia sobre la biografía de Ignacio Ordóñez).
Montalvo le había contestado: ¿Acaso vale más que César Cantú, o el filósofo Spinoza de quinen hablo en mis escritos? “pobre él, sin inteligencia ni virtud… llora y se indigna sin haber comprendido mis Siete Tratados… Ni los diarios clericales de París dejaron de levantarse y caer sobre el obispo corrompido cuya infernal concupiscencia… Tente pluma, y alza el vuelo a regiones más ventiladas y luminosas, donde la honestidad y la misericordia te agasajen con sus flores benditas” (Montalvo, p. 228). Lo último que hizo Ordóñez contra Montalvo está en este registro: ““El 10 de julio de 1889 llegó el cadáver a Guayaquil; pero por orden del arzobispo de Quito, monseñor Ignacio Ordóñez, la Iglesia se opuso a la realización de las honras fúnebres y a la inhumación de los restos en el cementerio de la ciudad, porque el escritor no se confesó”. (Lic. César Burgos Flor, Diario El Telégrafo, 10 de noviembre de 2017, Cartas al Director)”. (O)