Mañana lo haré
Existen registros antiguos desde la época de la colonia donde el procrastinar era una costumbre arraigada en la comunidad. Desde los obreros, artesanos, mecánicos, comerciantes y cualquiera que se dedicara a una actividad económica, su mal hábito era ser incumplido y culpar hasta a la lluvia como pretexto para no terminar el trabajo encomendado. Fue tan desagradable esta mala costumbre, que los turistas que nos visitaban se llevaban un mal recuerdo del Ecuador, quienes no cumplían con las fechas de entrega y decían cualquier excusa de fantasía con tal de justificar su incumplimiento.
Una comparación con el tiempo actual, donde todavía existe personas que procrastinan sus actividades, y tienen una reputación de vagos. Los casos más comunes siguen siendo las construcciones o los estudiantes con sus tesis, quienes ponen excusas y no ejecutan sus tareas. Es una pena, que el ecuatoriano solo en su discurso exige la excelencia, pero cuando le corresponde cumplir sus responsabilidades siempre queda pésimo e impuntual. Es indiscutible que en la genética del ciudadano está enraizada la procrastinación y la impuntualidad. Rasgos de la personalidad, que son tomados en cuenta en las selecciones de personal por el departamento de talento humano de las empresas; y lo mismo sucede cuando un empresario busca socios deseando iniciar un negocio; a nadie le interesa asociarse con un procrastinador crónico.
La sociedad ahora es muy competitiva, y en muchas ocasiones el factor decisivo para cerrar un trato o contratar a una persona, es poseer credibilidad y puntualidad. Debemos hacernos un autoanálisis, y exigirnos con la finalidad de llegar a ser excelentes profesionales y seres humanos. Ser comprometidos, hacer bien las cosas incluso cuando nadie nos está vigilando. Los ecuatorianos debemos esforzarnos por tener una conducta honorable e intachable, que nuestras palabras y promesas sean las cualidades que caractericen al buen ciudadano. Seamos gente que cumple su palabra. (O)