Menosprecio constitucional
Por: Jaime Guevara Sánchez
En varios países hay temas dominantes en las deliberaciones sobre la elaboración de su Constitución. Con el propósito de ponerse en guardia contra la tiranía del poder y preservar reglas populares, los participantes, revestidos de poder, tienen que responder a la opinión pública. Si se les permitiese actuar liberalmente, los resultados serían negativos. Testigo de su constatación es la historia. Los resultados señalan principalmente la corrupción del poder como secuela de la opresión ejercida por gobiernos duros; peligros inmediatos para aquellos que apostaron por la revolución. Consecuentemente, la cuestión crucial fue y es cómo podría mantenerse la responsabilidad.
Implacablemente la desconfianza en el poder, que en el contexto inmediato significa la habilidad de influenciar substancialmente sobre las vidas de un número significativo de personas, -u ordenarles como vivir-, los constitucionalistas separaron y dividieron los poderes gubernamentales, puntualizando los poderes como su principal preocupación. El centro de poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial; cada uno responsable ante el otro poder.
Finalmente, los constitucionalistas honestos depositaron la soberanía en la gente, de manera que en último término todo el poder gubernamental sería responsable ante la ciudadanía, a la cual supuestamente debía servir.
Pero en su rol como garante de la responsabilidad, como cimiento de un verdadero proceso democrático, la Constitución ha sido menospreciada por más de dos siglos. La ninguna responsabilidad ha llegado a infectar cada faceta de la compleja institución de gobierno.
El poder concentrado en lo económico es el núcleo de la injusticia y de gobiernos irresponsables que acosan a los pueblos. Hasta que ese tipo de poder sea removido, el pueblo puede trampear en esto y lo otro; sin embargo el verdadero progreso lo eludirá. Nuestro sobrio propósito no es martillar “nosotros lo dijimos”. Es mejor persistir en el mensaje correcto aunque no llegue muy lejos; no obstante es y será nuestra meta más destacada. Nuestros ojos están abiertos a la existencia de centros de poder demasiado numerosos, demasiado atrincherados, para darnos el lujo de creer que la legislación u otras herramientas convencionales producirán, alguna vez, controles satisfactorios, duraderos. (O)