Mensaje subliminal

Columnistas, Opinión

Con temor y admiración, contemplábamos el majestuoso Tungurahua cuando se escuchó un cañonazo terrorífico, disparado entrañas desde la tierra. Buscamos refugio en la casa más cercana. La propietaria, señora Fanny Rosaura León, estaba en los apuros de salvar sus tomates, cultivados en el patio de la casa. «Los crío para el consumo familiar. No los vendo.» Lavaba la ceniza de ‘sus’ tomates.

Ayudamos a lavarlos. Luego los fue ubicando en los bordes de las ventanas, «madurarán en un par de semanas. Por ahora decoran mi casa. Me gusta contemplarlos.»

Se Nos quedamos casi una hora, tiempo inolvidable aprovechado para escuchar a una dama apasionada, ‘experta’ en tomates. «Ningún tomate puede comparar al cultivado por mí en mi propio patio. Aunque mis tomates no fuesen modelo de belleza y simetría (que los son), tienen mejor sabor que cualquier otro del mundo.»

Contagiados por el entusiasmo de la singular ‘agricultora’, preguntamos y preguntamos. «Algo poseen aquellos tibios días del mes cuando preparo la tierra y trasplanto las débiles plantitas. Hay algo, también, en aquellas tardes en que riego un poco de cal y estiércol de vaca.» Intentamos, en vano, reanudar la caminata. La gentileza de nuestra anfitriona fue más comprometedora. Sencillamente estábamos frente a un ser humano que preocupado por salvar su ‘producción’ no se inquietó mayormente por los ruidos del volcán. Su personalidad nos cautivó, «Ya se calmará. Así dice la historia.»

Y la verdad es que lo único que podemos hacer hasta que el Tungurahua se calme, es tomar todas las precauciones posibles, demostrar solidaridad efectiva con los hombres, mujeres y niños más perjudicados, y esperar. Sobre todo, meditar.

Mientras el Tungurahua estaba pasivo, Ecuador se agitaba entre la política y la economía. Los actores no buscan el bien del país, buscan meter la gran uña a la nueva troncha petrolera. La desaparición de la ética es casi total. De ahí que conocer, por casualidad hermosa, una mujer idealista a su manera, sublime, como Fanny Rosaura, realmente es un hallazgo y una lección de vida digna: «El tomate, dentro de casa, me levanta el espíritu y me alegra la vista mientras lavo los platos o cocino »

La sabiduría aprendida en esos minutos nos advierte cada vez más de la urgencia de salvar lo que queda de la naturaleza en nuestro país, porque si no es así vamos a quedar sin naturaleza, sin historia y sin mundo.

El mensaje de despedida no tiene parangón: «Nunca dejo pasar aquel momento en que el tomate está en su mejor punto, lo rebano y lo sirvo a quien amo.» (O)

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