Napoleón, Egipto y la peste / Luis Fernando Torres
A su regreso de Egipto, en octubre de 1799, Napoleón ingresó a Francia y fue directo a París para derribar al Directorio y convertirse en Primer Cónsul de la República. No hizo cuarentena alguna en la ciudad francesa de Frejus. Solamente los miembros de su Escuadrón de Guías fueron a terminarla en el Lazareto de Tolón, luego de haber estado expuestos a la peste del cólera, en Jafa y San Juan de Acre, localizadas en lo que, actualmente, es Israel y Cisjordania.
Los detractores ingleses del General en Jefe, a quien los egipcios llegaron a llamarle Gran Sultán, le acusaron de haber envenenado a los enfermos de cólera de su ejército con opio. Es cierto que pensó en esa posibilidad para evitar que los turcos pudieran asesinar a los enfermos franceses que se quedaran en la ocupada Jafa, luego del asedio de 62 días a San Juan de Acre, antiguo fortín de los cruzados, que no pudo ser conquistada por el ejército galo. Sin embargo, no hubo envenenamientos como testificó el propio médico oficial del ejército en Egipto, Desgenettes.
Napoleón dio la orden de transportar desde Jafa hasta El Cairo a todos los militares enfermos que tuvieran cualquier posibilidad de sobrevivir.
Antes del asedio a San Juan de Acre, cuando la peste envió, en tres días, en marzo de 1799, a 700 enfermos al hospital levantado en el Convento de los Padres de Tierra Santa, Napoleón, en contra de toda advertencia médica, saludó a cada uno, tocándolo con su mano, e, inclusive, cargó en sus brazos a un militar muerto por cólera para que los 13.000 soldados, formados en cuatro divisiones, se persuadieran que la peste no eran tan contagiosa ni mataba tanta gente.
Levantó el ánimo de sus soldados y oficiales y, ocupando sus espíritus con los desafíos de una nueva batalla, lideró la campaña para conquistar San Juan de Acre.
Cuando los pueblos están por ser sometidos por fuerzas extranjeras, la primera reacción es la defenderse para que no les arrebaten sus bienes, su presente y su futuro. En la ciudad de Frejus, su gente le dijo a Napoleón, ¡A tierra General, preferimos la peste a los invasores austriacos! Siete días antes, en Córcega, las dos fragatas que en las que llegaron el General y su Escuadrón, desde Alejandría, se llenaron de gente, a pesar de “las súplicas, por los inconvenientes que podrían resultar de violar la cuarentena”, según relata el biógrafo Lacroix.
Tal es el sentido de pérdida económica en el Ecuador que la gente, especialmente de bajos recursos, está dispuesta a subirse a cualquier fragata que le permita sobrevivir, no tanto de la pandemia, cuanto de la miseria.
A Napoleón no lo detuvo ni la peste. (O)