Ni las leyes les detienen / Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

En 1765 apareció, en Italia, un pequeño libro con una propuesta innovadora según la cual “nadie podrá ser castigado por hechos que no hayan sido anteriormente previstos por una ley, y a nadie podrá serle impuesta una pena que no esté previamente establecida en la ley”. A sus 25 años de edad, César Beccaria Bonesana, Marqués de Beccaria, formuló el principio de legalidad penal, con una idea tan fuerte que se ha incorporado a todas las legislaciones criminales de occidente.

De su famoso libro, “Del delito y de la pena”, se puede colegir que la tipificación de una infracción, en una ley conocida por todos los ciudadanos de un país, debe ser suficiente para que, al menos los más ilustrados, se detengan ante el delito, sabiendo que la perpetración de la infracción los puede llevar directo a pasar sus días en la cárcel.

La finalidad disuasiva de la ley penal, sin embargo, no es barrera alguna para los perversos propósitos de los “ilustrados”, cuando existen motivaciones más poderosas para infringir la ley, entre ellas, enriquecerse con un solo golpe en contra de los recursos públicos, en los delitos llamados de “cuello blanco”.

Los asambleístas involucrados en el negocio del hospital de Pedernales constituyen el mejor ejemplo de los “ilustrados” que, conociendo mejor que cualquier ciudadano la naturaleza del delito, lo cometen con el único afán de enriquecerse. Ni las leyes penales les detienen en su recorrido criminal. Avanzan porque quieren dinero.

El principio de legalidad de Beccaria sólo sirve, en esas circunstancias, para que se les sancione con leyes penales previas, a quienes se les pruebe que cometieron los delitos.

El Marqués de Beccaria alcanzó la celebridad con la publicación de su libro, cuando recién había cumplido los 25 años de edad. Si bien algunos intelectuales de la época cuestionaron la originalidad de la obra, no se le pudo despojar de su autoría hasta su muerte a los 56 años de edad. Lo que sí sucedió es que, durante los 31 años posteriores a la publicación, es decir, “el resto de sus días fue un funcionario sin brillo mayor, sólo preocupados de sus cargos”, a decir del gran penalista español, Luis Jiménez de Asúa.

Ya es tiempo que las leyes penales se interpongan a los delincuentes en el camino del delito, impidiéndoles el paso. Ello supone que los mismos delincuentes se detengan ante la ley, sabiendo las consecuencias de delinquir. Con los delincuentes de “cuello blanco” ello parece imposible. (O)

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