No salgo del asombro / Mario Fernando Barona
En algún momento imaginé, equivocadamente, que los hechos más desconcertantes y absurdos, muchos de ellos que llegan a insultar la dignidad humana, sucedían por lo general en aquellos países atrasados y abyectos de fanatismo religioso del medio oriente, en donde por ejemplo el padre de una niña de nueve años (o menos) la obliga a casarse con un hombre veinte o treinta años mayor; en donde las mujeres son nadie porque carecen de elementales derechos, deben usar burka para ‘cuidar el honor del esposo’, y mil abusos más.
Sin embargo, no fue difícil advertir en seguida que también aquí en occidente, es más, aquí en nuestro propio país, ocurren cosas terribles, muchas de ellas propias de mentes sicópatas y trastornadas, a través, por ejemplo, de algún enajenado mental que abusa sexualmente de su propia hija; de curas pedófilos y/o encubridores; o incluso de institucionalizar la impunidad, porque Augusto Espinosa, exministro de Educación, a quien la Fiscalía ya inició indagación previa en su contra por su pasividad cómplice al no mover un dedo frente a las innumerables denuncias de abusos sexuales cometidas durante su periodo en instituciones educativas en contra de niños y adolescentes, recibió a manera de ‘premio’ la semana pasada en su calidad de asambleísta correísta la presidencia de una subcomisión con el fin de crear un sistema de protección para los niños. Simplemente increíble.
Y en este mismo sentido de inaudita impunidad, algunos sectores -seguramente ultra ortodoxos- de la iglesia católica afirman categóricamente que la víctima de una violación dignifica su situación casándose por la iglesia con su violador y llevando una vida cristiana. Realmente para morirse.
Y como si todo esto fuera poco, recordemos que el pasado 27 de junio del 2018, la Corte Constitucional del Ecuador en sentencia resolvió que los menores de edad entre 12 y 17 años pueden decidir libremente sobre su libertad sexual y reproductiva, y si acaso los padres vulneran esos derechos podrían perder la autoridad sobre sus hijos, y el Estado ecuatoriano sería quien les garantice su libertinaje sexual. De locos.
No obstante, lo que sí nunca imaginé que llegara a ocurrir en nuestro país, tanto que aún no salgo de mi asombro, es la reciente firma de un convenio, es decir un acuerdo formal, entre el Consejo de la Judicatura y la Arquidiócesis de Guayaquil para aplicar la mediación en escuelas incluyendo casos de acoso y delitos sexuales a niños. Sí, tal como lo lee, el agresor sexual sentado frente a frente con la niña abusada tratando de ‘mediar’ un acuerdo. Realmente inaudito.
Así que no es necesario referirse a Afaganistán, Irán, Yemen o Arabia para indignarnos con casos de abusos sexuales a niñas y mujeres. Aquí en el Ecuador se los alienta abiertamente institucionalizándolos con impunidad y premiando el silencio. Por todo eso, la verdad: aún no salgo de mi asombro. (O)