Noche vieja y nuevo amanecer

Columnistas, Opinión

Es muy probable que -como están las cosas- más temprano que tarde, nos veamos urgidos de realizar un viaje interior hacia la comprensión profunda y la armonía con el universo, en una búsqueda inaplazable del Nirvana; porque habitar en el “paraíso del delito”, metafóricamente hablando, ha rebasado los cánones de ese ensamble de virtudes llamado razón, que para ser tal, implica que sea efectiva o moralmente sólida, y esté fundamentada en una combinación de honestidad, justicia, prudencia, y compasión.

Difícilmente podríamos alcanzar paz y satisfacción en la vida personal, sin ese autoconocimiento o armonía interior, que permita encontrar un propósito o felicidad en la vida, pues, si permanecemos sumidos en una sociedad o comunidad que va camino de…, si no se ha vuelto ya moralmente decadente, donde los valores éticos y legales han sido erosionados hasta tal punto que, el delito, es visto como normal o incluso deseable, lo más seguro es que enfilemos hacia una sima insalvable.

Valdría la pena consultarnos si en realidad tenemos un propósito definido como país, como sociedad, o si, por contrario, seguimos deslumbrados por los espejuelos y no pasamos de ser simples seguidores de modismos, ilusionismos y fantasías sobrenaturales que, cohabitan un escenario donde las leyes son tan laxas o la aplicación de la ley es tan ineficiente que, las actividades delictivas prosperan y se afianzan vínculos perdurables e irrenunciables, encaminados a proteger y victimizar a nexos y líderes.

De ahí que recurrir a la frase «la sombra se coloca delante o detrás, nunca encima» cobre actualidad ya que, dependiendo del contexto en el que se use, podría referirse a cómo la posición de la luz determina la ubicación de la sombra de un objeto o persona; o bien, interpretarse como una reflexión sobre cómo las influencias o presencias en nuestras vidas (simbolizadas por ‘la sombra’) están a menudo detrás de nosotros (en el pasado) o delante de nosotros (en el futuro o lo desconocido), pero no necesariamente dominando nuestro presente (‘encima’).

Este último domingo del año, en unas cuantas horas, un espontáneo abrazo dará paso a la viva expresión de un deseo ferviente de felicidad y éxitos a sucederse y, simultáneamente servirá -en muchos casos- como vuelta de página de potenciales impasses y momentos de contradicción que deberían ser superados en función de hacer posible esa armonía inicialmente referida y saboreada.

Lo que no significa, dejarse deslumbrar por el destello de la luz del nuevo amanecer al punto de olvidar lo que estuvo mal y aún no ha sido modificado y superado.

Difícilmente el cambio ocurrirá desde la decisión política, más aún cuando del destape de olla de la corrupción y el narcoestado, varios actores están cercanamente influidos por esos efluvios. Tampoco desde la institucionalidad judicial, arañada en la gestión y más, en la decisión vinculada a presidir el órgano de administración, control y sanción jurisdiccional. Creo incluso que, mucho menos, desde los gremios profesionales pues, desde hace una buena parte de años, varios de ellos fueron silenciados y adheridos a costumbres ‘non santas’ del grupo dominante que les cobijó.

Sin embargo, no es momento para arriar la bandera de la libertad, de la democracia y de la justicia. ¡Es momento de cambio! Esa es la verdad. Pero estamos como en el principio de los tiempos: a merced de nuestras propias decisiones y empeños, si no queremos dejarnos avasallar por el temporal que se avecina, una vez que se ha avistado la primera nube de tormenta.

Que esta Noche Vieja no sea vuelta de página, sino fiel testigo del Nuevo Amanecer. (O)

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