Olor a cáñamo en ciudades con drogas legalizadas/ Luis Fernando Torres

Columnistas, Opinión

Quienes viven en edificios de departamentos en la capital de los Estados Unidos se quejan de verse obligados a respirar humo de segunda mano, dentro de los dormitorios, las salas y las cocinas. El olor a cáñamo se impregna en los pisos, las paredes, las alfombras y, en general, en los objetos y las prendas de los vecinos de los que fuman marihuana. La anciana Josefa Ippolito-Shepherd, cansada de que su departamento huela a porro, ha iniciado un proceso judicial para que se limite el consumo de la droga en los departamentos de alquiler.

En referéndum, los ciudadanos de Washington DC legalizaron el cultivo, la posesión, el uso, el traslado y la donación de marihuana no sólo para uso médico sino también para uso personal. Para evitar excesos, el Congreso de los Estados Unidos, encargado de la supervisión del gobierno del distrito federal, prohibió la comercialización del cannabis. A pesar de ello, la marihuana se comercializa en tales volúmenes, con figuras distintas de la compraventa, que el humo de los consumidores ha llegado a tomarse hasta el patio de la misma Casa Blanca.

Las ventas de cannabis llegarían en los Estados Unidos, en los próximos siete años, a los 100 mil millones de dólares, para alegría de los magnates de la venta y de los funcionarios obstinados en financiar gastos públicos con los impuestos provenientes de la industria de la marihuana. En California el Estado recauda 800 millones de dólares anuales por tales impuestos.

La legalización de la droga se ha apoderado de las mentes de los estadounidenses, a tal punto que solamente 1 de cada 10 ciudadanos considera que debería prohibirse su comercialización y consumo libre. Por ello, al ser tan popular el derecho de los invasores de espacios privados y públicos con el humo de la marihuana, en la oferta electoral, sobre todo, de los demócratas, entre ellos Biden, siempre está la legalización de las drogas, sin que les importe a estos políticos el daño gravísimo a la salud, especialmente,  de los niños, ocasionado por el humo de segunda mano.

Inclusive la anciana Josefa no busca la prohibición sino, simplemente, la limitación en el consumo de marihuana en los edificios con inquilinos en Washington DC, ciudad en la que el humo de la droga ha modificado el gusto olfativo de la gente. Las ciudades ecuatorianas no deberían emular jamás a la capital de Estados Unidos en la propalación legal de olor a cáñamo.

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