Oppenheimer y el Príncipe Arjuna
“Me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. La famosa frase de J. Robert Oppenheimer es referenciada directamente en la última película de Nolan, pero el contexto en el que aparece, sus orígenes y verdadera traducción revelan mucho sobre el profundo conflicto que experimenta esta gran figura histórica. Oppenheimer es considerado el “Padre de la bomba atómica”, pues lideró el Proyecto Manhattan, donde estas armas de destrucción masiva se desarrollaron por primera vez. Años después, tal vez movido por culpa o arrepentimiento, adjudicó sobre la desnuclearización, la legislación del armamento atómico e incluso llegó a manifestar un sentimiento de responsabilidad por todas las muertes causadas en Hiroshima y Nagasaki. El libro en que se basa la película compara a Oppenheimer con la figura de Prometeo, que regala a la humanidad un poder divino, pero es torturado eternamente por ello.
Oppenheimer recita la famosa frase en 1965, mencionando su reacción al ver detonar a Trinity, la primera prueba nuclear de la historia. El verso proviene del Bhagavad Gita, un texto sagrado hinduita que narra el diálogo entre un príncipe guerrero, Arjuna y el dios Krishna (Vishnu). El diálogo explora el conflicto interno del príncipe, atemorizado por la guerra que debe emprender, incluso cuando sabe que es su deber. En pleno debate filosófico, Krishna le muestra su verdadera forma al príncipe, tratando de demostrarle que aún como dios y ser universal, su deber es tanto la creación como la destrucción. La frase original, en su traducción más apegada al sánscrito dice “Soy el tiempo, que consume a toda la humanidad”. Tiempo y muerte son intercambiables en este contexto, pero el resultado es el mismo, el fin de la humanidad.
Atormentado por su propia creación, J. Robert Oppenheimer recuerda en esta famosa entrevista la primera vez que vio el destello cegador, sintiéndose como el príncipe Arjuna al ver la verdadera forma de Krishna. La urgencia de la bomba y sus terribles consecuencias resumen perfectamente el conflicto que persiguió al científico por el resto de su vida. A diferencia del príncipe, Oppenheimer nunca tuvo realmente el poder para tomar la decisión definitiva de atacar o no. Tal vez por eso, cuando llegó el momento de usarla y el mundo cambió para siempre, recordó a Krishna, divino y amenazante a la vez, esperando a cumplir su deber natural: Soy el tiempo, que consume a toda la humanidad. (O)