Pago de diezmo por la hacienda de Gualcanga
“La primicia era la primera parte de la cosecha que se ofrecía a Dios, con carácter voluntario, en el cristianismo durante la Edad Media; luego se fue convirtiendo en una coacción. En cambio, el diezmo constituía la décima parte de haberes de producción o comercio, que estaba destinado a satisfacer los diferentes estamentos sociales. De aquí se originó la propia institución de la hacienda como tesoro público. La alianza explosiva entre cristianismo e imperialismo romano hicieron el resto. (Mónica Mancero, página virtual)”.
Soltemos la pregunta a las redes que maneja la burocracia: ¿Quién no ha pagado diezmos directos o camuflados, no solo para ingresar, sino para mantenerse en la vida burocrática? La moral de la dependencia es la peor trampa con la que nos han chantajeado. Todos hemos caído en esa trampa encargada a que se la apliquen los más hábiles esbirros. En algunos casos, muy pocos habremos tenido la “osadía” de renunciar a posesionarnos de algún cargo público, cuando se nos había solicitado un “diezmo” superior a lo que por meses o años íbamos a percibir. Dejemos que cada cual cuente su historia y guarde la prudencia que necesita la careta de la dignidad.
Como nada hay nuevo bajo el sol, regresemos a nuestra historia colonial para oír desde ultratumba lo que nos cuenta esta señora:
“Doña Bernardina López Naranjo, de estado celibato, vecina de esta villa, en el modo más conforme a derecho ante Usted parezco y digo que, por parte de don Ignacio Navarrete, se ha requerido a mi mayordomo Francisco Paredes a que pague el diezmo de la hacienda de Gualcanga correspondiente a los años de noventa y cinco y noventa y seis (1795 -1796). Antes se me notificó el traslado de un escrito presentado por el mismo Navarrete sobre esta cobranza, que ha recogido y retiene en su poder según entiendo. Esta cobranza, Señor Justicia Mayor, no es para que se me desayren sacándome prendas, ya por la cortedad de la materia, ya porque nada tiene de ejecutivo habiendo pasado diez años, ya finalmente porque nada se le debe”.
Nos parece insólito que a los diez años, y luego del terremoto de 1797, el diezmero Navarrete de Quero, busque su tajada: “Es constante a Ud. y a todo el pueblo, y al mismo Navarrete, que todo cuanto hubo perteneciente a su diezmo y a la misma Hacienda en manadas de ovejas, cebada trillada y en parvas, todo se sepultó en el terremoto, sin quedar un grano ni casas de habitación. No puede decir que no se le quiso pagar, pues estando todo pronto jamás ocurrió a la cobranza, en vida de mi difunto hermano, que jamás dilataba la paga, especialmente con el mismo Navarrete, a quien recomendaba muchas veces que sacase granos y socorros del troje.
Si la providencia de Dios quiso con aquel horrendo caso fortuito castigar nuestros delitos, la pérdida fue total, y en ella se incluyó también quanto podía pertenecer al diesmero, sin que quedare nada que venga a cobrar a los diez años, pues que en esa pérdida era igual el derecho del diezmero. Las pocas ovejas que hoy existen las pasé después de la muerte de mi hermano… (Fin de la página de un documento incompleto.- Archivo Ambato, hojas sueltas” ¿Navarrete se iría al cielo con las ovejas? (O)